Cuando Mary Puente Hernández emprendió su viaje a Colombia junto a sus dos hijos de 5 y 8 años, no lo hizo llena de alegría o siguiendo un gran itinerario. Ella se dirigía a un nuevo país en búsqueda de un mejor futuro, aunque esto implicara atravesar el paso de frontera entre Colombia y Venezuela por la ‘travesía de la trocha’, en plena pandemia.
A pesar de que aquel 22 de septiembre de 2020 todo estaba listo para su partida, su mente se sentía intranquila. El pánico tenía nombre cuando imaginaba el transitar por esos rincones de miedo, controlados por paramilitares, militares y ciudadanos colombo-venezolanos que estructuran el negocio de “cargar gente”. Ella sabía que el pan de cada día en ese sector son las balaceras, los asesinatos y los robos.
La mañana no vislumbraba para nada bien. El ambiente parecía apocalíptico en Mérida, Venezuela. Todo el horizonte se cubría con niebla y gigantescas nubes oscuras que no ayudaban a los nervios de Mary. Ella salía de su hogar abandonada a su suerte. En lo único que confiaba era en el pago de 300 mil pesos colombianos que previamente hizo por la ‘travesía de su familia’ a un ‘carguero’ de confianza —según lo conocido en el pueblo—.
Para la mujer de 33 años no fue tarea fácil conseguir el dinero. Su esposo, quien alcanzó a venir a Colombia en enero de 2020, le enviaba una parte de su sueldo gracias al trabajo como mecánico de motos que consiguió, pero no era suficiente. Además, llegó la pandemia y las metas de esta familia se vinieron al suelo.
Al principio, ninguno entendía qué tan grave era la situación sanitaria; sin embargo, al cabo de unos tres meses, Mary dejó de 'darle vueltas’ al asunto. Sabía que esto iba “para largo”, así que no postergó más los planes, tomó sus ahorros y decidió irse, sin importar lo demás.
Aunque el cielo amenazaba con lluvia y las gotas heladas empezaban a caer sobre ella y sus pequeños, se mantuvo en la convicción de esperar. Como pudo, silenció sus malos pensamientos y evadió sus espantos para subir al carro que los llevaría “hacia algo mejor”. El inicio de la ruta ya develaba lo que se venía. Mary y otros cinco pasajeros que habían pagado el “paquete de viaje” transitaron por un camino más largo: primero en carro; luego, en moto; después, en canoas y, finalmente, en dos autobuses —el último con destino a Colombia—.
Con ese rumbo, evadieron los retenes venezolanos para llegar cerca a Puerto Santander: un municipio colombiano localizado sobre la frontera con Venezuela, que se comunica a través del Puente Internacional Unión.
Al llegar a esta zona comenzó el verdadero reto: mantener la historia para ‘no caer’. A Mary se la llevaron sola a un cuarto de “inspección”, donde la interrogaron para cerciorarse sobre lo que haría en Colombia. Ella no comprendía si los que la asediaban con preguntas eran militares o paramilitares, lo que tenía claro es que los sujetos portaban uniformes ‘camuflados’. Algunos eran venezolanos y otros colombianos. “Ellos saben quién va de viaje y quién compra cosas y se devuelve. A mí me vieron con dos bolsos y con dos niños, así que me ‘pusieron en la cuerda floja’ a ver qué pasaba conmigo. Me preguntaron mucho a ver si caía, pero yo solo dije que iba a retirar dinero del papá de los niños, compraba cosas y me devolvía”, relata Mary.
La oriunda de Mérida no permitió que el sueño de estar en Colombia se convirtiera en una pesadilla. Admite que, aunque el terror se había apoderado de su manos y piernas —sintiéndose casi paralizada—, les habló con determinación y respondió a todos los interrogantes que le hacían. Esto le permitió salir de la guardia y ver de nuevo a sus pequeños que la esperaban unos pasos adelante.
Mary afirma que el hecho de que la dejaran “libre” fue un gran triunfo en este peregrinaje infame. Hay muchos que están cerca de su meta, pero no lo logran. Caen fusilados antes de que pisen suelo colombiano, pues para esta ‘estructura de carga’, el peaje correspondiente por los servicios de la travesía no es un juego. El verdadero peligro es no entregarles el dinero que exigen por cada maleta o persona que pasa a Colombia.
La motivación de Mary siempre ha sido el bienestar de su familia.
Foto: Suministrada / Plataforma UPB
En el punto más importante de la frontera es donde más se da la extorsión. No importa el pago previo que se haya hecho por la ‘carga’. Las principales cabezas de esta organización analizan a cada persona que busca pasar a Colombia, con el fin de cobrar alrededor de 40 mil a 150 mil pesos de más por cada provisión o maleta que vean a la vista. El problema se hace mayor si se enteran que la persona se va definitivamente, ya que significa que “lleva dinero”. Todos saben que salir de Venezuela, sin importar la manera en que se haga, no es nada barato. Se necesita plata colombiana si se quiere salir ‘bien librado’.
Mary en lo poco que llevaba y con la impotencia que le dejó el encuentro con aquellos hombres, no perdió el impulso. Aguardó a la siguiente indicación de los encargados junto a sus hijos que ya empezaban a desesperarse por el sonido de la balacera de fondo, el barro que manchaba sus zapatos y los insectos impregnados en sus camisetas.
Para la venezolana era difícil contener las lágrimas frente a la espantosa situación que se vive en ese lugar. Lo único que le importaba era huir, a costa de lo que fuera; sin embargo, la fase de Puerto Santander no se lo hacía fácil: “Cuando se llega a esta zona inicia un conteo regresivo. No se tiene la certeza de que todo estará bien, así que en esa incertidumbre hay que esperar hasta que ellos den la señal de paso”, cuenta Mary.
Aunque en este tramo de la travesía hay muchas personas, los ‘encargados’ dividen la multitud entre los que se van definitivamente y los que solo comprarán algunos alimentos. Después, hacen el despacho y envían grupos de 10 a 15 venezolanos al lado colombiano. En una de esas “porciones de gente” —como coloquialmente son llamados los migrantes de la ‘travesía de la trocha’— iban los tres: Mary y sus dos pequeños.
El sacrificio final conllevaba el terreno más peligroso. Debían coronar el paso por una zona boscosa y muy resbaladiza, acompañados del alboroto de los demás grupos que atravesaban al mismo tiempo. Así que, en medio de empujones y con el temor a la orden del día, los tres circularon ese fragmento cuando les dieron la señal de paso.
Encontrarse en Colombia significó tranquilidad desde el comienzo, aunque era un país desconocido para ellos. Su llegada se dio a altas horas de la noche, lo que hizo que el cansancio los venciera y buscaran un sitio donde refugiarse para retomar fuerzas y emprender su viaje final a Bucaramanga.
Camino hacia el reencuentro
A la mañana siguiente, Mary y sus hijos fueron al terminar de transportes, les vendieron los pasajes sin hacer preguntas acerca de su procedencia y, una hora después, estaban en un bus con destino a lo que llamaron “la felicidad”.
“Ellos estaban felices porque iban a ver a su papá; eso fue lo más importante de esta travesía. Nosotros despedimos toda una vida: nuestra familia, casa y carro. Nos vinimos porque no hay calidad de vida en Venezuela. Tener esos ‘lujos’ estaba bien cuando el país era diferente. Ahora, ya nada de eso significa, si no se puede comer bien o comprar algo mínimo”, enfatiza Mary.
Cuando pisaron tierra bumanguesa, la mujer se detuvo y entendió que empezaría de nuevo. Sus sueños debían sobrevivir en Colombia, así que tenía que estructurarse: esa es la vida del migrante. Sin embargo, la venezolana sintió una recarga de fuerzas que la ayudó con esa primera meta que trazó.
Cuando llegó al hogar que le preparaba su esposo, encontró una bienvenida que iniciaba con la sonrisa y los brazos abiertos de su “amor de vida”, además de una gran decoración con globos y una pancarta grande que expresaba cuánto los había extrañado.
De ahí en adelante, Mary pudo vincularse a trabajos relacionados con la profesión de la belleza. Es -como lo aseguran sus allegados- una artista de uñas sensacional. Hace obras de arte con sus pinceladas que la han hecho destacarse en su labor. Actualmente, ejerce su talento en un centro estético del municipio de Floridablanca, donde recibe a cada una de sus clientas con ese espíritu de cercanía y pasión por lo que ama.
Hoy, Mary Puente Hernández se encuentra esperando la cita para el aval de su estadía en Colombia. Puente dice que no es sencillo el procedimiento de registro, pues sacó su cita hace 7 meses y esta le quedó programada para finales de noviembre; no obstante, su esperanza sigue intacta. Quiere establecerse legalmente en el territorio y hacer las “cosas como siempre quiso”.
Sus dos hijos estudian en una institución pública de Bucaramanga. Les permitieron acceder a la educación sin necesidad del aval normativo. Al principio, sus pequeños se querían devolver y recuperar todo lo que tenían en Venezuela, su madre manifiesta que ya se han adaptado, tienen amigos y les encanta la ciudad.
A un año de su salida, ella afirma que fue la mejor decisión que tomó y que no se arrepiente de nada, “ni siquiera un poquito”, como expresa. A pesar de que su travesía fue en ‘trocha’ y en plena pandemia lo hizo porque “estaba segura de que se iba definitivamente”. Anhelaba salir adelante y solo había un camino para hacerlo.
Mary es una persona decidida. Todo lo que se propone lo cumple y agradece a Dios porque este reto, aunque estaba fuera de sus manos por el rigor que representaba, salió bien. Por ahora, la venezolana prefiere vivir un día a la vez, eso sí, centrada en la historia próspera que espera hacer realidad para su familia.