La convivencia durante la pandemia convirtió algunos hogares en espacios de violencia física y psicológica. Los casos de violencia intrafamiliar en el área metropolitana de Bucaramanga, aumentaron durante el confinamiento preventivo donde -según la Policía Nacional- en el primer semestre del año 2020 se presentaron 1.424 casos, que en comparación con el mismo periodo del año 2019 registró un aumento del 10%.
Asimismo, el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, reportó hasta el mes de agosto 97.869 casos de maltrato intrafamiliar en el país; mientras que Santander registró 1.997, la cifra más alta se vió en el Distrito Capital con 42.144 y en segundo lugar la ciudad de Medellín con 9.083 casos.
De acuerdo con la Secretaría de Interior de la Alcaldía de Bucaramanga, un total de 507 incidentes de violencia intrafamiliar fueron atendidos durante el primer semestre de este año por las Comisarías de Familia que están al servicio de los bumangueses. La mayoría se presentaron en el marco del confinamiento estricto, entre los meses de mayo a junio, siendo las mujeres las principales víctimas.
Así lo reitera el coordinador de las Comisarías, Jairo Ávila Lázaro, psicólogo de profesión con conocimientos en prevención y atención de la violencia intrafamiliar y abuso sexual infantil, quien asegura que el común denominador son mujeres víctimas de parejas y ex parejas sentimentales, y las niñas que son las principales víctimas de agresiones sexuales.
Por otro lado, el coordinador de la IPS del Instituto de Familia y Vida de la UPB, Bucaramanga, Yeferson Jahir Matajira Camacho, también psicólogo, afirma que la población más vulnerable son los niños, pues ellos están en un ciclo vital de aprendizaje y es muy complejo asimilar situaciones violentas protagonizadas por sus padres, pues en general, marcadas pautas de violencia intrafamiliar, a corto, mediano o largo plazo, van moderando las conductas y el temperamento de los niños en otros lugares como el colegio, con sus amigos y demás ámbitos.
Basado en estudios científicos, Matajira Camacho menciona que el factor sociocultural y económico influyen notoriamente, pues dichos estudios han demostrado que, por ejemplo, el no acceso a la educación, el afrontar situaciones económicas de precariedad y condiciones sociales, donde el barrio en el cual se vive está inmerso en diferentes tipos de violencia, configuran esta clase de conductas que se normalizan y que se convierten en estrategias para afrontar y resolver los conflictos.
Para el psicólogo Jairo Ávila esto no quiere decir que las familias con un factor socioeconómico relevante estén exentas o protegidas. Sin embargo, menciona que las principales acciones de violencia sexual se presentan en personas vulnerables con historial psicosocial y sociocultural de pobreza, de ausencia de estudios y de carencias económicas, “aparentemente hay menor riesgo de ser víctima o victimario de violencia intrafamiliar, si existe una educación y formación académica importante previa”.
De igual modo, afirma que la base explicativa de la violencia intrafamiliar es un fenómeno que tiene que ver con el desequilibrio en las relaciones de poder, “el principal motivo de conflictos son la toma de decisiones al interior de los núcleos familiares y esa toma de decisiones trasgrede mucho más el locus de control desde mi figura de macho y pretende además coaccionar o limitar las decisiones de la figura femenina al interior de las familias”.
Para él es importante que haya intervenciones en donde se busque la equidad de género, en donde se establezcan alternativas y legislaciones para que la participación política y social de las mujeres sea mucho más activa. Además de un cambio cultural dentro del rol masculino, donde el hombre sea mucho más participativo dentro de las labores del hogar y no se concentre únicamente en su rol de proveedor.
También piensa que deben existir programas y estrategias psicoeducativas, donde además de intentar formar a las familias o enseñarles a usar y activar las rutas de denuncia, se les de herramientas para resolver sus conflictos y evitar relaciones que pueden enmarcarse dentro de ciclos violentos, así como educar en los modelos e ideales de pareja y de familia que las personas tienen; dado que la violencia intrafamiliar es un fenómeno que genera mucha dependencia y se marca por ciclos largos, “nosotros hemos tenido víctimas de 45 años de matrimonio y todos esos años siendo víctimas de maltrato”.
Un problema de salud pública
La violencia intrafamiliar es un problema social en términos de que cultural e históricamente Colombia es un país muy violento. Existen raíces donde la violencia es una de las primeras opciones para resolver los conflictos, y aunque con el tiempo se han cambiado los procesos de educación que han tenido una fuerza mucho más considerable en comparación con otras épocas.
"Hay unas raíces sociales, cultuales e históricas que están allí, que no las podemos desconocer y estas raíces son de base violentas”, así lo expresa el coordinador de la IPS del Instituto de Familia y Vida de la UPB, Yeferson Jahir Matajira Camacho.
Y esto efectivamente influye y debería considerarse un problema de salud pública. Pues continúa diciendo que la violencia intrafamiliar cada vez está escalonando más y tiene relación directa con muchos de los trastornos psicológicos que pueden llegar a padecer las personas que están inmersas en estas circunstancias, tales como, el desarrollo de comportamientos disruptivos, cuadros de ansiedad, depresión y conductas suicidas.
Una de las posibles soluciones que plantea es la construcción de programas educativos, orientados a los niños y a los padres de familia, para básicamente trabajar un punto que es esencial y que no tiende a ser de interés para muchos campos y es la inteligencia emocional. Igualmente, que a través del gobierno se hagan procesos de orientación familiar para el manejo de esta inteligencia emocional, y en el desarrollo de pautas de crianza funcionales y saludables de los padres hacia los hijos.
Es así como Matajira asegura que en Colombia existen procesos educativos más orientados hacia el desarrollo de un raciocinio y del conocimiento frente a qué hacer y cómo resolver situaciones técnicas y laborales, pero no existen programas que le enseñen a los niños y a los adolescentes a trabajar la emocionalidad, así como aprender a gestionar y expresar sus emociones.