"Lo que ha mantenido al mundo a salvo hasta ahora de otra guerra atómica no es tanto el miedo a la destrucción como la memoria de lo que pasó aquí", aquella frase de John Hersey refleja, casi que a la perfección, el horror y la humanidad de aquellos días en la ciudad japonesa de Hiroshima durante la década de los 40, en medio del acontecimiento que daría por finalizada la Segunda Guerra Mundial.
El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, Hiroshima se convirtió en un nombre que resonaría más allá de su geografía. Una bomba atómica, apodada Little Boy, estalló a 600 metros del suelo, desatando una furia de luz y calor que transformó una ciudad vibrante en un paisaje de cenizas en segundos. Este 2025, al conmemorar los 80 años de aquel evento, el mundo no solo recuerda una tragedia, sino que se enfrenta a la persistencia de sus ecos: la memoria de los sobrevivientes, los hibakusha, y las preguntas sobre el poder humano para destruir y reconstruir.
La explosión liberó una energía equivalente a 15 kilotones de TNT, arrasando un radio de 1.6 kilómetros y matando a unas 70,000 personas de forma inmediata. Para finales de 1945, la cifra de muertos superaría los 140,000, según estimaciones del Museo de la Paz de Hiroshima, debido a quemaduras, radiación y heridas. Pero los números, aunque brutales, no cuentan toda la historia. En su libro Hiroshima (1946), John Hersey capturó el rostro humano de la catástrofe a través de seis sobrevivientes. Una de sus líneas, cruda y reveladora, describe el instante del impacto desde los ojos de la señorita Toshiko Sasaki. “Todo parecía estar cayéndose a pedazos, y ella sintió que se estaba convirtiendo en parte del caos”. Hersey no solo documentó; dio voz a quienes, entre escombros, buscaron sentido.
Al cumplirse 80 años del bombardeo atómico de Hiroshima, que causó decenas de miles de muertes y una destrucción masiva sin precedentes, @antonioguterres subraya:
— Naciones Unidas (@ONU_es) August 6, 2025
“Recordar el pasado es proteger y construir la paz hoy — y también en el futuro”.pic.twitter.com/4wofCmUode
Hiroshima no fue solo un evento militar, sino un punto de inflexión histórico. Marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero también el inicio de la era nuclear, un tiempo donde la humanidad se descubrió capaz de aniquilarse a sí misma. El Japón de 1945, devastado, se levantó desde las ruinas. Hoy, Hiroshima es una ciudad moderna, con rascacielos y tranvías, pero su Parque de la Paz y el Domo de la Bomba Atómica, un esqueleto de concreto que resistió la explosión, son recordatorios permanentes. Cada año, el 6 de agosto, las campanas tañen a las 8:15, y los hibakusha, cada vez menos, comparten sus historias para que el olvido no gane.
Ochenta años después, el contexto global no permite bajar la guardia. Las tensiones geopolíticas como Rusia-Ucrania o Israel-Palestina, y la existencia de miles de ojivas nucleares —unas 12,500 según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo— mantienen viva la relevancia de Hiroshima. Con sus cicatrices visibles y su apuesta por la paz, sigue siendo un testimonio de resiliencia, pero también un recordatorio de que la historia no está cerrada.
08:15 AM, Hiroshima.
— Massimo (@Rainmaker1973) August 6, 2025
People observe a minute of silence on the Aioi Bridge, which is said to have been the target of the atomic bomb, 80 years ago Today.pic.twitter.com/cUqzP4p3vU