Con una botella de vino llena de agua, las miradas extrovertidas, la energía invencible y, por supuesto, un par de carcajadas, se resume la sencillez y el amor de Bonnie Devine y Jimena Almario. Ellas, con un carro, una guitarra, un saxofón y algunos instrumentos de percusión menor, se adentran, día a día, en un viaje por Suramérica en donde el arte es su herramienta de lucha.
Los principios de la melodía
Para hablar de La Múcura se necesita recorrer su historia. La primera parte del cuento parece empezar en Los Simpson (la comedia televisiva), cuando Bonnie -de pequeña- se ilusionó al ver el saxofón de Lisa y le pidió a su familia el instrumento; sin embargo, tuvo que iniciar con el clarinete, sin tanto ánimo, y, después de cinco años de práctica, logró la compra de su saxofón. Mientras tanto, en Ibagué, Jimena aprendía en el colegio canciones a la virgen, a su vez, exploraba la danza, el teatro, el gusto por la batería y la guitarra.
Esas experiencias significaron el arranque de innumerables oportunidades en su andar musical. Así, las dos se vinculaban a las agrupaciones artísticas de sus colegios y emprendían la exploración de otros talentos como la composición y el canto, inspiradas en sentimientos personales como el amor, el dolor y la felicidad.
En la lejanía de la montaña se visualizan dos pequeñas figuras. Llevan los pies descalzos, las ropas coloridas y el rostro un poco quemado por el sol. Se conectan con el paisaje, sienten la necesidad inmediata de hablarle a la tierra, al río, a la vida. Sí, aún van caminando, recitan a todo pulmón sus canciones a fin de irradiar esperanza; así, con disfrute, viene La Múcura.
Los años pasaron y llegó el momento de la universidad. Lo curioso es que, las hoy multiinstrumentistas, no estudiaron música. Bonnie, a pesar de estar entusiasmada con el arte y sobresalir en su cotidianidad por el canto e interpretación musical, decidió irse por el trabajo social a la Universidad del Valle. Ahí, como ella misma lo cuenta: “quería dedicar mi vida a lo social, a aportar al mundo y en ese momento no concebí que por medio del arte también se podía lograr la transformación en la sociedad”.
Por su parte, Jimena, tuvo un intento fallido de estudiar Mercadeo Internacional (durante cuatro semestres), pero luego, se trasladó a Cali y se encaminó hacia la psicología. Allí, en ese navegar de encontrarse a sí misma, se tropezó con ‘La Bonnie’-como ella le dice.
En el escenario menos pensado se cruzaron las vidas de las dos. El primer encuentro fue en una iglesia, donde empezaron a colaborar en la alabanza y fueron conociéndose; en el camino descubrieron que asistían a la misma universidad y allí sus lazos de amistad se fortalecieron.
Sin embargo, para pagar sus carreras profesionales, tuvieron que ‘rebuscarse’ el dinero; de esta manera, utilizaron la música (entre otras actividades como la repostería) para generar recursos. Interpretaban ritmos tradicionales colombianos, Jazz, Reggae, salsa y otros géneros; así, ‘Chizgueando’, pudieron pagar buena parte de sus estudios.
La Múcura: el origen del proyecto
“En algún momento fuimos alrededor de trece personas” afirma Jimena al relatar el camino del dúo. Y es que la motivación principal, como dijo Bonnie, fue que ellos “Comenzaron a amasar una sensación que demostraba que había algo más allá del arte, que algo pasaba en su incumbencia social”. Esa representó una razón suficiente para darle vida a La Múcura.
Otra causa del proyecto fue a nivel personal, pues entre Bonnie y ‘Jime’ se fue construyendo una “amistad–noviazgo- interdisciplinar” –concuerdan con una risa cómplice- que las llevaba a preguntarse a qué iban a dedicar sus vidas después de terminar sus carreras profesionales. La vía más fácil y común era tener un trabajo estable, adquirir deudas, trabajar para pagarlas y morir. Entonces, en medio de tanta conmoción, dijo Jimena: “Parce, no puede ser que esta sea la vida, ¿qué otra opción hay?”.
Con esta incógnita en mente, se comenzó a soñar La Múcura. Luego, con las trece personas con las que compartían noches de composición y ensayos, se concretó la idea: La Múcura como Asociación (ONG). Bonnie, con la pupila de los ojos dilatada, aclara: “No somos el proyecto hippie, siempre trabajamos en gestionar la ruta de viaje” y esto se nota en la agenda que se propusieron: visitar 10 países suramericanos y 20 organizaciones.
Ensayo general: compartían pizza, carcajadas y debatían sobre el nombre que debería llevar el grupo. ‘La Cruz del Pirata’ sonaba prometedor; de pronto, ‘La Bonnie’, entre risas tarareaba: “es que no puedo con ella, es que no puedo con ella, mamá no puedo con ella” Así, como un regalo de la vida, se les iluminó el pensamiento y, sin rodeos, tenían título.
Con el tiempo se percataron que la denominación “múcura” era punto de conversación en cada país y traía consigo una representación simbólica: “somos barro, somos moldeables, eso somos”-menciona Jimena. En fin, la fecha de viaje estaba estipulada: 3 de octubre de 2013; no se explica qué pudo pasar, quizás abandonar la rutina no es tan fácil, pero en la travesía del viaje, las trece personas se redujeron a dos: Bonnie Devine y Jimena Almario.
Música en carretera: la acción
El quedarse ‘solas’ en la aventura, no significó un impedimento para continuar. De esta forma emprendieron la ruta en Cali, recorrieron Brasil, Bolivia, Paraguay, Argentina, Perú y Chile; con más de 200 conciertos en festivales nacionales e internacionales, ferias literarias, actividades comunitarias, espacios culturales, cafés, restaurantes y bares.
Su música, indiscutiblemente, es revolucionaria; en la Múcura se defiende y se le da voz a lo que se ignora. “En cuanta movilización había, siempre estábamos presente”, “Todo lo polémico es bienvenido”, “No somos silenciosas”-afirman las dos. Y, aunque son conscientes que las canciones por sí solas no mejorarán la situación, reconocen su importancia: “Algo tan sutil como un cambio de acorde, puede hacer la diferencia”-comenta Jimena-.
El activismo, el voluntariado, la investigación y las intenciones de tejer redes de amistad son claves para definir a La Múcura. El proyecto no es para nada excluyente, como dice Jimena: “En estas estamos, si usted se quiere meter, en estas estamos”; así, en su recorrido, han descubierto personas y colectivos que también luchan por la reivindicación del arte y, más que conocidos, se han vuelto verdaderas amistades”-señaló Bonnie-.
Para enviar un mensaje de amor es necesario creer en sí mismo y, estas dos mujeres, hastiadas de la violencia en todas sus expresiones, se lanzaron a la composición propia y a la exploración de lugares y emociones que les permitieron publicar producciones discográficas que representan el florecer y el reconectarse con la vida.
Melodías eternas: la lucha no acaba
Viajar, de por sí, no es fácil; menos cuando se es mujer, artista, activista social y lesbiana. Ir por la carretera solas, por momentos, representa un peligro; sin embargo, Bonnie y Jimena se arman de valor y se adentran en los territorios más apartados de las ciudades. “¿Miedo? Un montón, pero tampoco nos detenemos”-comenta Bonnie-. Además, no se consideran valientes, pues -como afirma Jimena- “Hay líderes que ponen la cara, ¿por qué nosotras no acompañarlos?
La energía de La Múcura es revolucionaria e interminable. Hay fuerza y voluntad para tocar la guitarra, el saxofón, cantar y componer temas nuevos; porque la lucha no acaba y menos el reclamar por el derecho a la vida, a la paz y a la muerta digna.
“Insiste la voz, ¡ay!; Sin miedo la voz, ¡ay!; Se escucha tu voz, ¡ay!; Se encienden mil voces”. Así, con una corta estrofa de uno de sus álbumes, se debe concluir. Y es que el proyecto no tendrá fin- al menos con Bonnie y Jimena eso no sucederá- ya que, como dice Jimena: “morirán algunas cosas, pero vivirán otras”; además, constituida legalmente, por descabellado que parezca, La Múcura tiene vigencia hasta el 3013.
En definitiva, la esencia de La Múcura no se perderá en el tiempo, quizás se esfumen las letras de las canciones, se diseque el cuerpo del dúo o se estropeen los instrumentos (de tanta bulla), pero la llama quedará encendida por siempre para no rendirse, para, en medio de tanta tiniebla, tener razones para soñar, sonreír y, sobre todo, amar.