Luz Amanda vivía en un pueblito de Villanueva, en Santander. A sus 17 años comenzó a sentir un fuerte dolor en las manos y piernas que le imposibilitó, en muchas ocasiones, sostener objetos durante un largo tiempo o estar de pie. Por tal motivo, con la ayuda de su familia reunieron el dinero suficiente para agendar una cita con un reumatólogo de la ciudad de Bucaramanga.
Guillan Otero Escalar, el doctor que la acompañó en su proceso, la diagnosticó con Artritis Reumatoide Degenerativa Juvenil. Desde ese momento Amanda inició su nuevo rumbo de lucha, esperanza y perseverancia para conseguir un alivio en medio de tanta turbulencia, ya que su rostro y piernas estaban hinchadas debido a tanto dolor. Entre diversos exámenes y procedimientos a los que asistió, se le suministró la inyección Adalimumab, un agente biológico que reduce el efecto de una sustancia en el cuerpo que causa inflamación; este medicamento le ayudó a llevar una vida menos dolorosa, pues según ella "gracias a esa inyección empecé fuerte y otra vez solté las manos, volví y empecé a caminar normal".
A sus 23 años quedó embarazada y era una gestación de alto riesgo, por lo cual el doctor Badillo Abril, su nuevo médico en el 2004, le recomendó no tener al bebé; sin embargo, ella no interrumpió el embarazo y suspendió su tratamiento médico con el fin de no afectar al feto. En medio de la preocupación por el nacimiento de su hija; entre lágrimas y suspiros, habló con el sacerdote de su pueblo para encomendarle la salud de su criatura.Él le mandó una 'penitencia' que consistía en pedir de a 50 pesos a diversas personas hasta recolectar 30mil pesos para el pago de una misa; al terminar su penitencia el sacerdote no le recibió el dinero, pero realizó la misa con la condición de que Amanda usara esa plata para donar un mercado. Meses después, el 15 de junio de ese mismo año, en el hospital de San Gil, nació el milagro de doña Luz, quien “la miraba de pies a cabeza, la miraba toda” debido a que tenía en sus brazos a su hija Yuliet, "la niña más prefecta y completa".
Con el pasar de los años y a pesar de las dificultades económicas, físicas y psicológicas por las que ha pasado, Amanda asegura que ha sido una mujer fuerte y constante que se ha acostumbrado al dolor y le parece raro el día que no lo siente. Juan Gabriel, su pareja, expresa que ella: "es una mujer que se preocupa mucho por las demás personas, por querer darle a los demás, por querer que todo el mundo esté bien; a pesar de que ella no lo esté, por eso yo le insisto que debe darse más amor a ella que a los demás". Actualmente, es voluntaria en proyectos sociales junto a la fundación Vivir Más y trabaja en su propio micro mercado junto a su amado. Ahora tiene una vida más tranquila y cómoda que comparte con sus seres queridos.