La historia de esta familia trae recuerdos y sentimientos devastadores, tristes y de impotencia en quienes han vivido circunstancias similares. Parece increíble cómo los grupos al margen de la ley eran o quizás son capaces de arrebatarle la vida a personas inocentes, muchas de ellas campesinos que vivían de su trabajo como jornaleros y las mujeres que se dedicaban a las labores del hogar.
Aquel 9 de septiembre de 1995 la vida de Gonzalo Calderón y sus hijos, el mayor que para esa época tenía 5 años y el menor con apenas algunos meses de edad, cambió radicalmente cuando integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, asesinaron cruelmente a su esposa, Esperanza Maldonado, en el corregimiento de Uribe Uribe, ubicado en Lebrija en el departamento de Santander. Este lugar fue detectado como zona roja, debido a los constantes asesinatos, amenazas, abusos y violencia por parte de grupos como las Farc y el Ejército de Liberación Nacional, ELN.
Los habitantes de Uribe Uribe vivían con constante incertidumbre, los niños como Edinson, el hijo mayor de Gonzalo y Esperanza, estaban acostumbrados a escuchar tiroteos a las afueras del caserío; también a las amenazas que recibían sus familiares y vecinos y hasta las asambleas comunitarias que se realizaban con el fin de combatir a estos grupos guerrilleros. Las fachadas de las escuelas y de las casas, eran pintadas con letreros en los que advertían con mensajes como “los sapos se mueren” y las entregas de los famosos panfletos que constantemente eran arrojados por debajo de las puertas con motivo de alertar a la comunidad cuando era momento de refugiarse en sus casas, pues estarían a puertas de cometer algún atentado; todos estos anuncios eran leídos por los menores, quienes tuvieron que acostumbrarse a vivir su infancia en medio de la violencia.
El jueves 9 de septiembre, alrededor de las 6 de la tarde, Esperanza Maldonado se hallaba en un bus que iría desde Lebrija, donde se encontraba realizando algunos deberes y aprovechó para llevar a su bebé al hospital, ya que se estaba enfermo. Como era de costumbre, la hermana de Esperanza, Teresa Maldonado, la esperaba en la parada del bus a las 8 de la noche. Algo que llamó la atención de Teresa esa noche, fue que junto a su hermana se encontraban tres hombres, al parecer un poco extraños, pero ella no les prestó atención, pues parecían habitantes comunes y corrientes de aquel lugar, “eran altos, con jean, camisa de cuadros y llevaban botas de caucho, como cualquier jornalero del lugar”, menciona Teresa.
Esperanza se bajó del bus y saludó a Teresa, pero inmediatamente se acercaron dos de los hombres y con una mirada desafiante le pidieron a Teresa que alzara al bebé y se marchara; ambas quedaron conmocionadas pues ya sospechaban cómo sería el desenlace. En ese momento, Esperanza encomendó a su hijo a su hermana y tranquilamente se fue caminando junto con los dos hombres. Algunos vecinos, observaron el recorrido que realizó desde que la capturaron; comentan que ella iba hablando con los tres hombres y que su destino fue unos metros más allá del caserío.
Alrededor de las 9 de la noche se escucharon una serie de disparos en el pueblo, en ese momento la familia de Esperanza ya era consciente que seguramente ella había sido víctima de un homicidio a manos de las Farc, pero por desgracia no podían ir a buscarla en ese mismo instante, solo tenían la opción de resguardarse y esperar a que llegara el siguiente día, pues cuenta don Gonzalo que “era un peligro salir en medio de la noche o acercarse al lugar de los hechos”.
Al amanecer, los habitantes, el inspector, el secretario del pueblo y los familiares de las personas afectadas se dividieron en grupos y emprendieron su búsqueda. Aunque aún no se sabe la verdadera razón del homicidio de Esperanza, su familia infiere que la causa principal se debe a que habló demás en una reunión comunitaria de las que regularmente se realizaban en la cancha central con el propósito de combatir a los grupos al margen de la ley, pues coincidentemente varios de los asesinados ese mismo día también participaron en aquella charla.
Después de este doloroso hecho, irrumpidos por el temor, toda la familia de Esperanza emprendió su desplazamiento a la ciudad donde se fueron a vivir para siempre. Ellos al igual que otras familias se vieron obligados a abandonar sus hogares y huir de la violencia que persistía en aquel corregimiento. Hoy en día, con ansias de recuperar lo que alguna vez fue suyo y retornar al pueblo, al menos de visita, realizan los papeleos necesarios; gracias a ello, han recibido múltiples ayudas y apoyo por parte del estado. Algunas veces se animan a contar su historia, pero otras, los asalta la tristeza de recordar este episodio cruel que marcó sus vidas.