Un resurgimiento liberal mediocre
Los liberales volvían al poder de la mano de Enrique Olaya Herrera, quien recibía la presidencia con expectativas de poder contrarrestar las malas decisiones de los gobiernos anteriores. A su mandato se unieron las familias Santos, López, y Lleras, que en años posteriores iban a colocar presidentes, frente a la poca competencia que ofrecían los conservadores, dirigidos por Mariano Ospina Pérez.
Este periodo comprendido entre 1930 a 1946 se caracterizó por grandes avances a nivel social, económico y vial, siendo una de las propuestas insignias “La revolución en marcha”, donde se traían ideas de que iban a disminuir la desigualdad, mejorar la calidad de vida de los vulnerables e instaurar una educación laica y científica en los colegios del país. Sin embargo, su principal promotor, Alfonso López Pumarejo, no pudo realizar la transformación, debido a que para llevar a cabo esto, debía afectar los intereses de sus aliados políticos.
A raíz de la tibieza de López, las tres familias liberales se alejaron de sus ideales y empezaron a ser sus más fervientes críticos, provocando la renuncia del presidente luego de terminada la Segunda Guerra Mundial. Las malas decisiones de los “rojos”, llevó al surgimiento de políticos alternativos como Jorge Eliecer Gaitán, que Caballero caracteriza como “un orador torrencial al que amaban las masas”. A pesar de su popularidad no impidió que el “delfín” Ospina ganara la presidencia en 1946, iniciando un periodo de terror e incertidumbres.
El rigor de la violencia sacude a Colombia
Con la presidencia de Mariano Ospina Pérez se inició una persecución y erradicación de todos los críticos liberales del gobierno nacional. Además, crecieron las disputas entre los terratenientes y empresarios en contra de los trabajadores y huelguistas en la que los primeros eran azules y los últimos rojos; esto provocó que la violencia se arraigara en la sociedad civil generando años oscuros para las políticas alternativas.
En medio de esta problemática, Caballero detalló que “el líder de izquierda Jorge Eliecer Gaitán se convirtió en el principal crítico de las represalias del gobierno de Ospina, dejando discursos memorables que todavía resuenan en la actualidad”. El que más se recuerda es “Oración por la paz”, que pedía protección y respaldo para toda la población colombiana, con las flamantes palabras: “somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la tranquilidad, la paz y la libertad de Colombia”.
Gaitán fue asesinado en abril de 1948, lo que ocasionó disturbios en todo el país, en los que el pueblo liberal disciplinado de la marcha del silencio estalló en una destrucción que en la historia latinoamericana se conoce con el nombre de “El Bogotazo”. En plena crisis social llega a la presidencia Laureano Gómez, que según LaRosa, “ prometía restaurar el orden social, pero se preocupó más por erradicar toda idea comunista, siendo partidario de políticas autoritarias y fascistas”.
Pero Gómez fue derrocado por el general Gustavo Rojas Pinilla en 1953. Bajo sus palabras progresistas: “Paz, Justicia y Libertad”, cautivó el sentimiento popular y empezó con distintas transformaciones sociales entre las que se destacan: amnistías a guerrillas liberales, la bonanza cafetera, inversión en obras sociales e infraestructuras, y acabar con la violencia bipartidista.
“Al frente las oligarquías, abajo la ciudadanía”
El gobierno de Rojas Pinilla trajo nuevas reformas y progreso para las zonas vulnerables de Colombia, sin embargo, no tenía el apoyo de las élites conservadoras y liberales, que eran controladas por los expresidentes Alberto Lleras, y Laureano Gómez, quienes eran dueños de los principales medios de comunicación de la época. Según Caballero, “esto provocó que el presidente emitiera decretos autoritarios para censurar periódicos y perseguir opositores que opacó todas sus iniciativas de progreso económico y de reunificación nacional”.
Antiguos adversarios políticos unieron fuerzas para derrotar a un enemigo en común y salvar a la patria del autoritarismo y la censura de Rojas Pinilla, formando una alianza entre conservadores y liberales conocida como el Frente Nacional, que buscaba erradicar la violencia que atravesaba el país desde hacía décadas y alternar el poder entre “rojos” y “azules” en cada periodo presidencial.
El Frente Nacional se convertiría, en palabras del escritor William Ospina, “en un régimen electoral manipulado por la tenaza de los dos partidos que habían hecho la violencia y ahora se beneficiaban de la paridad en el manejo del Estado, sin permitir acceso a ningún sector nuevo”. A raíz de esta marginación estatal, dirigida por los Lleras, los Pastrana y los Valencia, en la década de los sesneta surgieron diversos grupos insurgentes como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
El nacimiento de un narcoestado
En las décadas de los setenta, ochenta y noventa, Colombia vive el auge del narcotráfico avivado por los carteles de Medellín y Cali que poco a poco se fueron involucrando en la política nacional. El primer “capo” en tener contacto con el poder público fue Pablo Escobar Gaviria.
Con el descubrimiento de la identidad criminal de Escobar y la entrada de políticas antidrogas estadounidenses al país, los capos de la mafia centraron su atención en aterrorizar al país con carros bombas y magnicidios como los del ministro Rodrigo Lara, el director del diario El Espectador, Guillermo Cano, y del candidato presidencial Luis Carlos Galán, que años después iba a ser catalogado como un crimen de Estado.
Pablo Escobar fue abatido en 1993, pero la narcopolítica no paró allí. El cartel de Cali, liderado por los hermanos Rodríguez Orejuela, en un intento de alejarse de la extradición, influyeran en la campaña presidencial de Ernesto Samper, que resultaría en el famoso proceso 8000, en el gobierno estadounidense reconocería a Colombia como una narcodemocracia y vetaba el ingreso a Samper, y sus colaboradores, para el manejo de las relaciones diplomáticas.
“Uribismo” y el Acuerdo de paz
El nuevo milenio inició con el nacimiento de una nueva cara en la política nacional proveniente de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez, quien ganó la presidencia en primera vuelta en las dos elecciones y con su política de “la seguridad democrática”, prometió restaurar el orden social y la tranquilidad de
los colombianos que peligraba por las masacres y secuestros de la guerrilla y los paramilitares. Durante sus dos mandatos —entre 2002 y 2010— , se desmovilizaron las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), fueron abatidos líderes significativos de las FARC como “Raúl Reyes” e “Iván Ríos”, además de que durante su mandato murió el líder legendario de esta guerrilla “Tirofijo”; también impulsó rutas controladas por las fuerzas armadas para impulsar el turismo en el país.
A pesar de su influencia política, también despertó escándalos de corrupción, como la parapolítica, según lo manifestó Rodrigo Tovar Pupo “Jorge 40”,“como organización política y militar, reemplazamos al Estado en sus funciones, tanto en la ejecutiva como la legislativa y judicial”. Es por esto que, durante los 8 años de la presidencia de Uribe Vélez, esta agrupación ilegal logró 26 senadores y sus respectivas fórmulas en la Cámara de Representantes, lo que provocó una crisis institucional que persiste en la actualidad.
A pesar de los problemas de su gobierno, Uribe Vélez dejó la presidencia con un alto nivel de favorabilidad y apoyó en las elecciones de 2010 a su exministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien reunía las características para seguir con sus ideales de país. No obstante, al iniciar su mandato en la Casa de Nariño quebró las alianzas con el uribismo, y dedicó sus políticas a establecer un acuerdo de paz con las FARC que terminara con el histórico conflicto armado que atravesaba Colombia desde hacía más de 50 años.
El mandato de Santos fue duramente criticado por los uribistas que vieron su presidencia como un retroceso en todas las reformas de seguridad que había hecho su líder político; sin embargo, con la firma del Acuerdo de paz se buscó la finalización del conflicto armado, la reparación y garantías de no repetición de la vulneración de derechos de las víctimas, lo que tuvo una amplia aceptación a nivel internacional, pero con bastantes dudas por parte de algunos sectores del país que se vieron reflejadas en el triunfo del No a la paz en el plebiscito de 2016.
El caos de Duque y la pronta llegada del progresismo
Finalizado el mandato de Santos, el pueblo colombiano eligió a Iván Duque en las elecciones de 2018, descrito por periodistas como Patricia Janiot y Daniel Coronell, como el “Títere del uribismo”. Su gobierno se ha reconocido como unos de los peores de la historia reciente del país, asunto que se ha reflejado en diversas encuestas y sondeos de opinión. Al mandatario actual se le critica por el recrudecimiento de los asesinatos de líderes sociales, la constante por escándalos de corrupción, junto a las protestas sociales en contra de sus políticas públicas.
Los colombianos ahora se encuentran ante las opciones de Gustavo Petro o Rodolfo Hernández, en unas elecciones marcadas por los que algunos analistas denominan un cambio sustancial donde las casas tradicionales no llegan a la recta final en búsqueda de la presidencia.
En palabras del sociólogo argentino Agustin Laje, “en estas elecciones, el pueblo colombiano, debe decidir a conciencia el futuro de la nación, y no cometer los mismos errores de otros países latinoamericanos, dejándose creer por falacias populistas”.
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