El 13 de febrero del 2001, el Centro Médico Carlos Ardila Lulle fue testigo del nacimiento de un prematuro que con afán venía al mundo. Stella Celada, estaba finalizando su cuarto mes de gestación, cuando inesperadamente dio a luz, pero aquel acontecimiento que todos creyeron que iba a ser una tragedia se convirtió en un milagro llamado Cristhian David.
‘El ratoncito de la UCI’, como fue llamado por el personal médico, atravesó momentos difíciles. El camino sería largo, pero él estaba dispuesto a luchar contra todo; su primera batalla fue contra sí mismo, tenía que vencer la hidrocefalia, la falta de desarrollo de sus pulmones y buscar un lugar tan seguro como el vientre de su madre para terminar de formar su cuerpo. Los médicos de la clínica encontraron un lugar sano y tranquilo para este bebé: una lámpara de calor más potente que una incubadora normal, pues su piel era comparada con un papel ‘calcante’, sus órganos estaban empezando a fallar y esta era la única opción, fue así como comenzó la segunda batalla: permanecer 4 meses debajo de una lámpara que emitía calor artificial.
Estos meses fueron eternos para Stella, quien a diario solo escuchaba rumores y los peores pronósticos: “los doctores me decían que Cristhian no iba a hablar, ni a caminar, que prácticamente iba a ser un vegetal, pero yo me apegué a Dios. En la clínica solo me pedían que me prepara para despedirlo, pero por mi cabeza nunca pasó soltarlo, ellos querían desconectarlo. Un médico una vez me dijo una frase que jamás se me va a olvidar, me dijo que lo desconectara, que no sufriera por algo tan insignificante, que no llorara que yo era muy joven y podía tener más hijos, pero no, yo le dije que no lo iban a desconectar, que mi hijo iba a hacer todo lo que ellos decían que era imposible y así fue, el milagro se dio y con el tiempo mi niño empezó a avanzar, sus pulmones se desarrollaron y esa UCI se convirtió en el vientre que vio crecer a Cristhian por 7 meses; después, tuvimos que irnos a una cirugía a Bogotá y Cris salió de la clínica”.
Los siguientes años la vida de Stella y su hijo estuvieron llenos de altibajos, el único objetivo de esta madre era hacer que la salud de su bebé cada día mejorara; tuvo que abandonar muchas cosas, pero todo lo hacía con fe y pensando en el futuro de él. A lo largo de sus tres primeros años de vida fue internado un sinfín de veces, recibió ocho transfusiones de sangre, tratamiento, cirugías para paladar ojival y vivió un año con oxígeno, pero ante todo, cualquier mejora que Stella viera en su pequeño era suficiente para seguir luchando.
El niño creió lento, pero seguro, a sus tres años, y luego de haber estado en equino-terapias y acua-terapias, empezó a dar sus primeros pasos, su madre recuerda con mucho sentimiento el día en que estaba en una piñata y su hijo desesperado solo señalaba un muñeco inflable, murmullaba y seguía mostrando con sus manitas el objeto, en ese momento Cristhian dio un pequeño paso que la conmovió, y con lagrimas, estaba segura de que Dios le daba más razones para seguir; las terapias se intensificaron y cada día daban más resultados, lo estaban logrando; pero un día todo empezó a nublarse.
Cristhian en sus primeros años de estudio
Foto: Suministrada / Plataforma UPB
Su vista nunca fue la mejor y era algo normal debido a sus problemas.Él lograba ver las siluetas y reconocer los colores asociándolos con figuras, pero cuando cumplió 4 años su vista empezó a deteriorarse velozmente. De repente, la segunda batalla que se creyó ganada 'pasó factura'. Sus ojos secretaban sustancias extrañas, este fue el resultado de los meses en que estuvo bajo la lámpara de calor, su retina se desprendió y los nervios ópticos se desgastaron, su visión empezó a fallar y esta vez no corrió con tanta suerte, los médicos fueron claros y recalcaron a la familia que esta nueva discapacidad era irreversible.
La vida del menor cambió, ya estaba pronto a entrar al colegio y aunque había tenido una experiencia en Casita de Chocolate, donde hizo su prejardín, la primaria era otro escenario totalmente distinto. En busca del beneficio de su hijo, Stella se mudó a Barranquilla, pues la Secretaria de Educación le brindó la oportunidad de presentar un proyecto en pro de la discapacidad de su hijo y en esa nueva ciudad la primaria no podía esperar más. La Institución Educativa Distrital Simón Bolívar, en compañía de la fundación Fundaver, le abrieron las puertas a este niño y le prometieron la mejor educación. Cristhian cuenta: “Esta institución tenía bases que ayudaba a los niños y jóvenes con discapacidad visual, entonces me sentía como en casa. Allá conocí el braille, tenían regletas donde se insertaban los puntos, tenían cuadernos que son de tamaño oficio o carta, de un papel grueso en el que lográbamos sentir, los punzones, computadores con lectores, en general todo fue muy bueno, las profesoras me ayudaban como mi mamá, ese temor y miedo que tuve por mucho tiempo, se disipó, fue todo lo contrario, me sentí muy feliz”.
La oportunidad en Barranquilla llegó a su fin y la familia decidió volver a Bucaramanga, en donde debían buscar una institución educativa que le brindara el mismo apoyo a Cristhian que su anterior colegio; lo cual fue complicado, tal vez por miedo o por la ignorancia ante una discapacidad visual, pero los colegios solo se cerraban a decir que no. Afortunadamente, el Colegio Adventista Libertad, le abrió las puertas en segundo de primaria, los primeros años fueron un reto, tanto para los docentes, compañeros, directivos, como para la familia Rodríguez Celada, fue un trabajo en conjunto.
Stella menciona que en ocasiones debía hacer de profesora, cuando los compañeros de su hijo tenían evaluaciones, era ella quien los cuidaba y vigilaba, mientras el docente se sentaba con su hijo y le hacía la evaluación de manera oral, así fue a lo largo de la primaria, pero en bachillerato las cosas cambiaron, Stella empezó a soltar poco a poco a su hijo, en ocasiones era su hermano, Miguel Ángel Rodríguez, quien lo acompañaba, de igual manera contaba con el apoyo de sus compañeros de clase y las personas de la institución.
Cristhian junto a su hermano Miguel y su madre Stella
Foto: Suministrada Plataforma UPB
El estudio nunca fue un impedimento, "si se tenía que presentar una maqueta, se hacía; si había una exposición, se practicaba; si había un mapa, se hacía en alto relieve y se presentaba"; el foami, el cartón piedra, la cartulina y el alto relieve fueron los mejores amigos de Stella y Cristhian, quienes pasaban horas divirtiéndose mientras aprendían nuevas maneras de estudiar y después practicaban paso a paso como sería la presentación de las obras maestras.
Por otra parte, este joven relata con amargura un episodio de bullying del que fue víctima en grado noveno: “Mis compañeros me preguntaban cosas que evidentemente yo no sabía, la verdad prefiero no mencionarlas, pero fue una época muy dura. Tuve muchos problemas con algunos compañeros, fue tan grave el problema que tuve que acudir a rectoría en compañía de la coordinación académica y la coordinación de convivencia, hice todo el proceso, pero ni así me dejaron de molestar. Fue una época que prefiero no recordar, pero que poco a poco fue mejorando. Mi hermano siempre me apoyó, estudiamos juntos hasta noveno, pero los últimos dos años nos separamos, yo elegí el área bilingüe y Miguel el área de contabilidad, pero igual los dos estábamos pendientes el uno del otro”.
Finalmente, en el año 2018 concluyó su bachillerato y se graduó. Sus compañeros lo recuerdan como un joven luchador, que nunca se rindió y cumplió todos sus sueños, Angie Vanessa Sandoval fue su compañera desde grado noveno y lo tiene presente como: “el más dinámico, era muy raro ver a Cristhian bravo o triste, siempre buscaba la manera de socializar con los demás, de ayudarlos, tenía una relación muy bella con los niños más pequeños, ellos lo seguían, lo ayudaban, le gustaba mucho ayudar, tener la voz y eso era lo que lo hacía tan especial”.
Cristhian el día de su graduación
Foto: Suministrada Plataforma UPB
Cuando se graduó no lo dudó ni un segundo, quería entrar a la universidad, prepararse y ser todo un profesional, pero debía elegir una carrera que se acomodara a sus necesidades, pues debido a su nacimiento prematuro desarrolló una condición llamada discalculia en la que las matemáticas no eran su fuerte. Pero no fue tan difícil, le encantaba leer, inclusive desde antes de graduarse ya había incursionado en la radio y fue así como finalmente lo decidió, se prepararía profesionalmente para ser Comunicador Social y Periodista.
Encontrar una universidad con la que conectara fue un proceso largo. En la Universidad Industrial de Santander, UIS, no estaba disponible la carrera a la que aspiraba; después, llegó a la Universidad Pontificia Bolivariana, UPB, en donde le hicieron la entrevista y le agradó mucho como lo recibieron y lo trataron, también tuvo una cita en la Universidad Autónoma de Bucaramanga, UNAB. Finalmente, eligió la UPB porque desde el día de la entrevista lo apoyaron y estaban dispuestos a aprender de él. Cada vez se siente más orgulloso de ser el primer estudiante con discapacidad visual de su universidad y aunque rechazó la oferta de una beca completa para estudiar en la UNAB, sentía que ya tenía un compromiso por cumplir en la UPB.
Actualmente, cursa quinto semestre, cada día se desempeña mejor y está seguro de que tomó las decisiones correctas, sus profesores, amigos y compañeros lo describen como un joven luchador, Juan David Oviedo Serrano menciona cómo ha sido el compartir con Cristhian: “Lo conocí en el primer semestre de Comunicación Social, que fue en el año 2019, desde entonces me ha parecido una persona muy agradable, desde el primer momento me cayó muy bien, es un chico muy honesto, muy transparente, de verdad siempre está feliz, transmite buena energía, en cuanto a él cómo estudiante, trabajar con él me gustó, es muy participativo, no se pierde, siempre está pendiente de que hay que hacer, manda sus partes, las explica, aparte tiene una manera creativa de ver las cosas, entonces es muy chévere trabajar con él y de su personalidad lo poco que pude estar en presencialidad, la verdad compartir momentos con él es muy divertido y siempre fue muy agradable, tengo muy buenas referencias suyas”.
Cristhian en la cabina de radio de la UPB
Foto: Suministrada / Plataforma UPB
Cristhian agradece todos los días por la oportunidad que Dios le dio de vivir, también a su mamá por cuidarlo, por estar pendiente de él y acompañarlo en cada paso. Comenta que tiene muchas metas como trasladarse a España y especializarse en prensa y radio, también le interesa la televisión, aún no ha visto esta materia, pero le llama la atención, quiere probar y encontrar nuevos retos.