El zumbido de las balas ha prevalecido en la mente de la señora Waldina Vera Peña. “Hace ya veinte años que ocurrió”, dice ella mirando de manera nostálgica a las montañas de Concepción, un pequeño pueblo colombiano del departamento de Santander, que forma parte de la provincia de García Rovira, reconocido en la región por su economía a base de producción lanar, tranquilo y de gente hogareña.
“Al caminar, los vientos huelen a esperanza, sobre todo para ustedes los jóvenes”, comentó de manera pasiva pero nerviosa doña Waldina, cuando repentinamente cambió su tono de voz, como si los recuerdos se apoderaran de ella. “Pero eso es ahora, hace 20 años no era así”, expresó. Mientras pronunciaba cada palabra, su voz rechinó e intentó calmarla abrazando sus manos ya temblorosas.
“El 2000 era un año difícil, los enfrentamientos entre la guerrilla y los soldados era el pan de cada día, uno siempre veía pasar uniformados y cómo decía uno algo, lo mandaban a callar o lo acusaban de sapo”, relató con fuerza la señora Waldina.
Waldina Peña Vera formó a su familia y vio crecer a sus hijos en aquella época tan complicada que atravesaba el país, con el pánico de toda madre, por protegerlos a como diese lugar, su mirada triste y palabras concretas demuestran como no olvida esos tiempos.
Según Alfredo Molano, escritor, sociólogo y periodista: “el conflicto armado en el país lleva más de 50 años azotando a los colombianos”. Para el Centro de Memoria Histórica, está “acabando con las oportunidades de millones de jóvenes y dejando 220.000 muertos en lo que ha trascurrido esta guerra”.
Pese a los esfuerzos de paz del expresidente Andrés Pastrana, Colombia rompió todos sus récords de violencia en el año 2000, con más de 38.000 muertes violentas, 205 masacres y más de 3.000 personas secuestradas, de acuerdo con Caracol Radio.“Las zonas rurales, presentaban gran atracción para los grupos al margen de la ley, podían camuflarse del ejército y planear cada paso que darían”, susurra la señora Ernestina Torres, vecina de toda la vida de la familia Peña Vera.
Un joven campesino orgulloso de sus raíces
José Eliecer Peña Vera era un joven santandereano, nació el 30 de mayo de 1977, entre las montañas que con tanto dolor su madre mira hoy a lo lejos. El primogénito de la familia Peña Vera, un hombre alto, de tez morena y pelo negro azabache, como lo muestran sus fotos colgadas en cada rincón de la casa, como si él permaneciera en cada lugar de ella, congelado en el tiempo, viendo crecer a sus sobrinos y acompañando a su familia. “Desde pequeño mostraba sus dotes de agricultor”, comentó Ernestina Torres, su vecina de toda la vida, del sector Carabobo, piedra azul, finca ‘El Vallabo’, ubicada en este mismo municipio de Concepción.
Amaba el campo, los animales y su familia era su gran motor. Nunca le gustó el estudio, hizo hasta tercero de primaria y se dedicó a sembrar para mantener la casa”, recordó su primo Edgar Peña, quien vivió con él toda su vida. “El consentido y la cabeza de la casa” lo llama su madre, “para mí siempre será así” repitió con tristeza y voz temblorosa.
Vecino, hijo, hermano, amigo y cuñado ejemplar, recorría de lado a lado la finca ‘El Villabo’ José Eliecer, queriendo suministrar todo lo que su familia necesitaba y más. De vez en cuando bajaba al pueblo a comprar mercado y las cosas que faltaban en la finca, que con tanto esfuerzo levantó a sus 23 años. “A veces se tomaba una cervecita, pero no más de dos, porque siempre tenía labores por hacer y cosas que llevar a la finca” tiene presente la señora Graciela Morales, comerciante que lo veía frecuentemente.
Todos conocían y resaltaban en ímpetu noble de José Eliecer, su espontaneidad, pero sobre todo la disciplina en su trabajo, normalmente se levantaba antes que el sol para hacer las labores matutinas de un campesino colombiano, apasionado por ver crecer sus cultivos y orgulloso de su campo y animales que, con tanto esfuerzo, junto a su familia mantenía.
La incertidumbre de una madre que busca a su hijo
Todo esto se vio truncado, la mañana del sábado 9 de diciembre del 2000, como todos los días en su jornada José Eliecer despertó temprano, junto a sus papas, se puso su ruana, botas y sombrero, su vestimenta característica, “salió a achicar los bueyes cerca a la casa en un potrero”, empieza a relatar doña Waldina, con ojos cansados y llenos de tristeza al recordar lo que según ella nunca podrá quitar de su memoria.
Debido a los comunes enfrentamientos entre grupos al margen de la ley y el Ejército, era común ver a ambos paseando por los alrededores de la finca, como gente del común o como si fuesen dueños del lugar. Unos de los miembros del Ejército Nacional en esa fría mañana del sábado, se acerca a la finca “El Villabo”, informándole a sus habitantes que tenían que dar de baja a los “guerrilleros” que rondaban, los familiares de José Eliecer no tuvieron ni voz ni voto, en la decisión de los soldados, no se podía, pero la señora Waldina recalcó que su hijo se encontraba afuera con sus animales, que le permitiera llamarlo para que no saliera lastimado, con falacias los integrantes del Ejército Nacional, le dijeron que lo habían visto alejarse del lugar, que se tranquilizará que todo iba a estar bien.
A las 6 de la mañana, comenzó el cruce de fuego entre los integrantes del grupo al margen de la ley y el Ejército Nacional, pero como siempre el corazón de una madre nunca miente, inquieta al ver que su hijo, hermano y cuñado no regresaban, arriesgaron su vida para buscarlo, preguntándole a sus vecinos entre ellos la señora Ernestina Torres, pero ninguno daba el paradero de José Eliecer, angustiados sus familiares decidieron acercarse al camión del ejército, que en el momento subían integrantes de la guerrilla, la señora Waldina a lo lejos divisó como subían los cuerpos de los caídos en el atentado y los tapaban con una bolsa negra, para que nadie los reconociera. Se llenó de coraje y preguntó que, si podía buscar ahí a su hijo que no lo encontraba, que la ayudaran, pero ellos ignoraban su preocupación e insistían en que lo habían visto alejarse del lugar.
Desesperados e inquietos de que algo estaba mal, los familiares de José Eliecer decidieron seguir los camiones del ejercito con la esperanza de encontrarlo, confundido como un preso o en el peor de los casos, entre una de esas bolsas de color negro, pero por el momento no fue posible, el Ejército Nacional tomó una marcha rápida y desapareció aquella mañana fría y nublada y con ellos la esperanza de saber en esas horas de José Eliecer.
Pero la señora Waldina no se iba a quedar tranquila, hasta saber qué había pasado con su hijo, se acercó a la personería de Concepción a poner la queja y a buscar ayuda, pero como ella misma explica “la ley es solo para el que tiene plata, para nosotros los pobres campesinos no existe”. Al ver su desesperación e inquietud unos de los soldados que se encontraba cerca al lugar, le sugiere que se dirija a la ciudad de Pamplona, que allá podrá poner la queja y posiblemente le ayuden a encontrar a su hijo, la señora Waldina junto a su familia: su esposo, cuñada, hijo y primo, marcharon con rumbo en la búsqueda de una respuesta, manteniendo la fe en Dios y esperanza de que José Eliecer estuviera al algún calabozo por equivocación.
Una noticia inminente
Al llegar a Pamplona a la base del ejército, la señora Waldina junto a su primo Edgar Peña, quien era su fiel compañero, esperaron por horas y reclamaban una respuesta, unos de los integrantes de la funeraria “El Divino Niño” se apiadó de su reclamó y habló con el capitán encargado para que los dejaran pasar a reconocer algunos presos y a los muertos desconocidos, con el corazón en la mano y el miedo mirándola de frente la señora Waldina y su acompañante miraron celda a celda a los capturados, pero no, su esperanza se desvanecía aún más José Eliecer no se encontraba allí, recorrieron paso a paso los pasillos de la morgue para estudiar la última opción que les quedaba y como su corazón lo sentía, allí yacía el cuerpo de su hijo.
“Irreconocible”, desnudo y con sus manos amarradas, como si de un criminal se tratará totalmente cubierto de una tinta negra cintura arriba, solo una madre podría reconocer a su hijo de cualquier manera. Su mundo y el de su familia se desvaneció de la misma manera, en que el cuerpo frío de su hijo estaba en aquel blanco mesón. Ella habló con el encargado y le dijo que le dieran el cuerpo para enterrarlo que habían acabado con la vida de un inocente, con los sueños de su hijo de 23 años, pero la respuesta fue aún más escalofriante que lo que sentía al ver a su hijo ahí, con 5 balas en su cuerpo que no tuvieron la oportunidad de salir de él.
“Su hijo era un guerrillero” fueron las palabras del encargado, por eso se pintaba de esa manera, por eso fue asesinado, no tiene nada que reclamar, la señora Waldina y el señor Edgar no podían creer lo que estaba sucediendo, hace unas horas, un hijo cariñoso, hermano protector y vecino amable estaba con ellos y ahora era acusado de “guerrillero” solo por estar en el lugar equivocado.
El cuerpo de José Eliecer fue traslado a su pueblo natal y enterrado a los tres días, con la tinta que su madre nunca había visto en su cuerpo, porque los baños de la funeraria no lograron borrar la marca de una guerra, en la cual se vio envuelto. De ahí en adelante la señora Waldina y su familia iniciaron una pelea legal con el estado para que reconocieran el daño causado, pero hoy a casi 2 meses del cumpleaños número 21 de la muerte de su hijo no han aceptado que el asesinato a manos frías de una guerra violenta y sanguinaria quede impune, pero sobre todo la familia Peña Vera no perdona la deshonra a la memoria de José Eliecer.
Con el número de radicado 193 y N° de oficio 2221 por competencia al juzgado 84 de instrucción Penal Militar, se ha venido desencadenando un proceso legal desde el día 10 de diciembre que fue interpuesta la demanda para la averiguación de los responsables, por el presunto delito militar de Homicidio.
Año tras año y con la esperanza de que algún día se haga justicia Waldina Vera y su familia lloran a su ser querido, pero mantienen su recuerdo inolvidable.