"¡Vecina, vecino, ¿no tiene algo que me regale?! Comida, ropa, lo que pueda.¡Lo que salga de su corazón!", gritaba Francisco en las calles de Bucaramanga durante la cuarentena. De puerta en puerta, se movilizó por los barrios pidiendo ayudas humanitarias. Pasó por casas, edificios y conjuntos del sector de Cabecera: “la gente salía a las ventanas de los apartamentos y lanzaba plata, ropa y comida”, recuerda.
Hace cinco años Francisco Rodríguez, exvigilante venezolano, se desplazó a Colombia —y aunque lleva cinco años en el territorio colombiano, no ha recibido ayuda del gobierno nacional—, para buscar una forma de ganarse la vida. Ha vivido en Barranquilla, Bogotá y Bucaramanga. Durante tres años tuvo que aceptar cualquier trabajo que le permitiera recibir unos pesos: en construcción, como ayudante de electricidad y refrigeración, descargando camiones, o como mesero en discotecas. “Tuve trabajo estable sí, pero no me pagaban lo adecuado. Tuve un accidente laboral en Bogotá y no me pagaron. Entonces, cuando me vine a Bucaramanga decidí trabajar por mi cuenta”, dice Francisco.
Hoy sale junto a su compañera Zulnira, se mueve en las estaciones del Metrolínea, cada uno con su parlante, que se convierten en amplificadores de la sonoridad musical en la estación de Metrolínea ubicada en Lagos. Allí cada uno se dedica a su género, por un lado, Francisco tiene habilidad en la improvisación y composición de liricas propias del rap; por otro lado, Zulnira prefiere las baladas y rancheras. Así se complementan, una mezcla de géneros que varía en cada uno de los recorridos que hacen en el transporte público.
Zulnira Villaroel, migrante venezolana, llegó a Colombia hace nueve meses después de ir a Perú buscando oportunidades laborales. “Yo estaba en Perú y de allá me vine para Colombia, pero si me dan a escoger me quedo acá”, cuenta. Dice que la xenofobia en los demás países de Latinoamérica, exceptuando Colombia, es muy fuerte. Y, a pesar de su aclaración, menciona que ha sido víctima del repudio por parte de usuarios del servicio de Metrolínea. “Uno se consigue personas que a veces lo insultan que hasta ganas de llorar dan, pero hay muchas personas que graban porque les gusta como canto”, agrega. También añade que su hijo se encuentra laborando con la música en las estaciones de TransMilenio, para solventar las necesidades de su esposa y sus tres hijos.
Zulnira cuenta cómo debe sobrevivir con un salario diario que ronda entre los 30 mil y 50 mil pesos colombianos. “Depende de cómo esté el día”, dice. Debe trabajar alrededor de diez horas diarias y actualmente paga 300.000 mil pesos de arriendo, sin tener en cuenta: servicios públicos —agua, gas, luz, etc.—, comida, transporte y medicinas.
Francisco y Zulnira son el reflejo de una realidad social que genera incertidumbre, rechazo e, incluso, ignorancia en la sociedad colombiana.
Con el objetivo de informar acercar de la situación actual que atraviesan los migrantes, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (2022) alertó sobre el aumento en la migración y la situación que afrontan quienes migran, refiriéndose a que: “6 millones de personas venezolanas han huido de una situación humanitaria que muchos describen como desesperada. La creciente inseguridad, escasez devastadora de alimentos, medicina y precios cada vez más inalcanzables han hecho que la vida en el país sea extremadamente difícil”. Entre tanto, aquella realidad ha impulsado a millones de migrantes a entrañarse en la práctica de manifestaciones culturales.
Zulnira Villaroel
Crear espacios de socialización
Ante las dificultades que atraviesan nuestros connacionales, Andrés Bajoscuro, músico y productor musical de Bucaramanga, afirma que: “el arte es una manera de expresar todo lo que nos sucede y nos rodea. Quizás es una de las maneras más impactantes de transmitir algo”. Sin embargo, resalta que las oportunidades laborales en el sector de la música son complejas, independientemente si se es nativo o no, pero que el acceso a dicho sector está abierto al público.
Andrés señala que el Estado debería disponer espacios urbanos para la difusión de estas melodías, porque en muchos casos las personas que se dedican a hacer música en los espacios públicos se encuentran en la búsqueda de oportunidades laborales o ayuda en su trayectoria artística.
La música ha sido una de las maneras en las que los migrantes han podido conseguir para comer, resguardarse e intentar vivir en un país diferente al suyo. A pesar de que la migración acarreó un abrupto crecimiento desde el año 2019, de los 42 mil migrantes que registra Bucaramanga, únicamente 28 mil han realizado el pre-registro del Permiso de Protección Temporal, el cual regula el flujo de migrantes que ingresan a Bucaramanga y garantiza una protección de sus derechos fundamentales. Y aunque gran parte de la población en condición de irregularidad migratoria desarrolla actividades que no poseen un respaldo de la ley, sí son una muestra de creatividad, arte y cultura en su máxima expresión.
Desigualdad social
En el año 2021, ante la crisis socioeconómica venezolana, el Consejo Danés para Refugiados incluyó en una investigación el análisis realizado por el Centro de Migraciones Mixtas, que propuso tres fases de migración donde se dividió a la población migrante, clasificándola según la necesidad por la que tuvieron salir de su país de origen. Entonces, en la primera fase se cuenta a los empresarios y profesionales que salieron del país por miedo a la crisis económica y política. Personas con alto nivel educativo que tenían asegurado trabajo en el país al que migrarían.
Entre el 2016 y 2017, la segunda fase se caracterizó por una migración de jóvenes profesionales de clase media, personas que no contaban con experiencia específica en su área de trabajo, y llegaron a sus países de destino a aceptar cualquier tipo de trabajo que les fuese ofrecido. Finalmente, el último grupo de migrantes salió del país cuando la economía venezolana ya había colapsado. Un grupo perteneciente a las clases socioeconómicas más bajas, el cual no contaba con educación ni recursos, y que representa a la mayor parte de la población venezolana que reside en Colombia.
Entidades como ACNUR, cuya misión es dirigir y coordinar la acción internacional para la protección de los refugiados a nivel mundial, han dispuesto su presencia en las zonas fronterizas para la recopilación de datos de los migrantes; de esta manera, se logra la identificación de las necesidades específicas de aquellos que huyen de su país natal. Además, brinda apoyo y orientación legal a los migrantes recién llegados al país y distribuye agua potable, kits de higiene para niños, niñas y mujeres en las zonas fronterizas.
La musicalidad de las historias
“Un amigo me regaló una letra de él y comencé a cantarla, pero luego empecé a componer mis propias canciones. Ahora me gano la vida con ello”, dice Francisco. Durante sus inicios, la melancolía sumida en la tristeza que provocan los recuerdos incentivó a la creación de una propuesta melódica a la que Francisco llamóTestimonio. En su composición lírica narra cómo ha atravesado diversas situaciones que lo han traído hasta el lugar donde está, entre ellas: la crisis económica que atravesó su mamá, que la llevó a dar a su hijo en adopción; el momento de su vida donde cayó en las drogas; la problemática que lo llevó a la cárcel, hasta que un juez decretó su libertad; finalmente, cuando empezó a asistir a la iglesia como una forma de reintegrarse a la sociedad después de atravesar aquellos momentos que marcaron su vida.