Pasando del radiante sol de Pescadero a la neblina del Páramo de Santurbán, en el municipio Piedecuesta, vive Adriana Lizcano, una mujer que a través de su voz y pasión por la música cuenta la verdad que le pertenece a miles de colombianos y colombianas.
Adriana es mujer, madre, cantante, activista, feminista y batuquera. Estudió Derecho y, aunque siempre quiso estudiar Arte, está agradecida por la decisión que tomó, pues cree que ambas se complementan poderosamente, especialmente cuando el arte empieza a funcionar como un vehículo para la defensa de los derechos humanos.
Desde pequeña sus padres le enseñaron la colaboración, la ayuda mutua y la importancia de los procesos comunitarios, por eso todo lo social y cultural le llama la atención, la indiferencia le molesta, “nos enseñaron a ser individualistas, nos han roto todos los lazos y vínculos”, dice. Es por eso que cada vez que se encuentra con la oportunidad de crear un espacio de apoyo y contribución colectiva por una misma lucha y causa, se siente completa, orgullosa, se siente ella.
Creció escuchando Víctor Jara, Violeta Parra, Mercedes Sosa, porque siempre vio a la música como un vehículo de manifestación y defensa de los ideales de un pueblo, esto explica el estilo revolucionario y popular que toma en cada uno de sus cantos. A la hora de cantar Adriana se ve y se siente como otra, la furia y la fuerza la invaden, disipando poco a poco esa dulzura y calma que la caracterizan al hablar.
“La música llega fácil, llega a las emisoras, a los lugares apartados, solo se necesita una voz y una guitarra”, dice Adriana explicando porque las canciones son una herramienta poderosa dentro de la democracia de un país como Colombia, donde las injusticias son el pan de cada día y aun así son invisibilizadas, es por eso que la música debe llegar a adentrarse en la oscuridad de las historias y el dolor, para acompañar a aquellos que están desfavorecidos y, además, deslumbrar y exigir todo lo que le falta y duele a la comunidad.
Sanar
Colombia, un país marcado por la violencia desde hace más de 60 años, donde se hace más fácil resolver las diferencias con agresión que con el diálogo. Una tierra dolida por el conflicto armado interno que ha dejado más de 400 mil muertos, más de 8 millones de personas desplazadas y millones de víctimas de atentados, torturas, detenciones arbitrarias, violencias sexuales, trabajos forzosos, extorsiones, despojos, reclutamientos... Es un país que quedó con heridas y un miedo que permanece aún hoy en día y que no termina; la libertad y los derechos de los colombianos han sido violentados por años, sumado a un gobierno que los abandonó y que, ya sea por acción u omisión, han sido cómplices del mismo atentado de derechos vividos allí. Adriana expresa que a quien le entrega sus impuestos y al que elige para protegerla es quien viola sus derechos. “Ay, pero yo no mandé a los paramilitares a hacerlo, sino que los militares estaban en su base y yo me hice el marica”, opina ella.
Adriana, además, tiene la certeza de que el mejor remedio para curar las marcas y el dolor que deja un conflicto es a partir del arte, de lo sensible, de la música y las formas de expresión que deben estar siempre alienadas a las realidades de las comunidades; para que no solamente entiendan aquellos que vivieron la misma guerra, sino que también aquellos que no la vivieron en su propia piel la sientan como suya, “poder sentir y que duela lo que a otros duele es de los seres humanos”.
Las Guarichas nacen en el 2018. En ese momento, Santander era el quinto departamento con más violencia hacia las mujeres, cuando había protestas no se veía apoyo por parte de la gente, entonces ella decide crear un festival llamado “Enmanadas contra las violencias”. Le pide ayuda a Andrea Echeverri—vocalista de Aterciopelados—y se le ocurre formar una batucada.La Batucada Guaricha es una propuesta musical que surge en el seno de las comunidades y es una clara defensa de los derechos humanos, nutre la movilización social y comunica con herramientas, como el arte, que permitan construir y disfrutar una historia distinta donde los esfuerzos por reconstruir la memoria histórica, la reparación a las millones de víctimas, el rescate de la verdad, la no repetición y la reconciliación, no desaparezcan. De Adriana Lizcano puede decirse que es una ‘guaricha’, que en muisca quiere decir: mujer joven y sabia; o en chibcha, princesa joven y guerrera.
Las mujeres que trabajan con ella dicen que todo lo que se ha logrado desde el colectivo han sido gracias al trabajo y experiencia de Adriana: “trabajar con ella es maravilloso, es una persona sensata y sensible que le mueven las causas sociales, la manera en la que habla es inspiradora y nos ayuda a encausarnos con ella”.
Adriana es así, sonriente, tiene una risa y alegría que transmite cuando habla, se le da muy bien el discurso, habla con propiedad desde el conocimiento de los derechos y del arte, es apasionada con lo que hace, “uno no puede vivir feliz en medio de la barbarie”. No es conformista, busca ayudar a los demás y realizar un cambio. Cuando presta su voz para alguna causa se siente viva, deja los nervios de lado y da todo de sí.
Alejada del ruido, la velocidad y la angustia de la ciudad, se encuentra en su “paraíso”, junto a lo que más quiere, su familia. En la zona rural del municipio, en una rústica y colorida casa, vive con su esposo Edson Velandia, con quien hace la mayor parte de su trabajo (a Edson lo conoció cuando trabajaron juntos. También es cantante y artista), y sus dos hijos, a quienes ama más que a nada, Luciano y Naira. “Luego de que uno vive acá, no quiere volver a la ciudad”, comparte.
En su casa se produce lo que se come y Adriana que, además tiene un gran gusto por la cosecha, tiene una huerta que a pesar de no ser muy grande le proporciona lo necesario, piensa que de alguna manera vivir ahí le recuerda el valor del campo y sus recursos, esta conexión hace que se sienta llamada a ejercer un activismo ambiental y que no falte a cualquier reunión o juntanza con el fin de defender la tierra.
Hoy, a sus 36 años, Adriana ha colaborado con la Comisión de La verdad, organización encargada del esclarecimiento de los hechos ocurridos en el conflicto colombiano y la reparación de sus víctimas, y es cofundadora de uno de los festivales culturales y artísticos más importantes del oriente colombiano, el Festival de la Tigra, donde cada año en Piedecuesta hay presentaciones artísticas que tienen como fin visibilizar y hacer un llamado a transformar las realidades del país. Ahora lo que más espera es seguir aportando a la paz de Colombia, a la sanación de las heridas del pasado a partir del canto y a través de las fibras que mueve la música y lograr despertar la comprensión de hasta el más ajeno e indiferente, pues Adriana sabe que la única manera de construir una nueva y mejor Colombia es desde la unión y la empatía. “Hasta que todo no esté bien, nadie puede estar en paz”, asegura.
A continuación, parte de la entrevista a Adriana Lizcano.