Foto de portada: @Emmanuelphotostar.
Las aguas del río Sogamoso han sido la cuna de generaciones enteras de pescadores. Cada amanecer, con la neblina aún abrazando la superficie del agua, las atarrayas surcan el río en un ritual que es más que un trabajo: es una herencia, una forma de vida. Pero este legado está en peligro.
Un oficio en crisis, un legado en juego
La pesca artesanal enfrenta una crisis silenciosa marcada por la falta de relevo generacional y la lucha de las mujeres por ocupar su lugar en un oficio que, por siglos, ha sido dominado por los hombres.
Jully Andrea Mora González, gestora cultural y ganadora del Premio Cafam a la Mujer en 2017, conoce de cerca esta realidad. Ha dedicado su vida a visibilizar la importancia del oficio y a luchar por su continuidad. Para ella, el cambio es urgente. “Nosotras no estamos de adorno, estamos para proponer ideas nuevas y visionar de manera más amplia”, dice con firmeza.
Antes, los hijos de los pescadores crecían entre redes y canoas, aprendiendo el oficio de sus padres. Ahora, los jóvenes buscan otros caminos. Para muchos, la pesca se ha convertido en sinónimo de precariedad.
“Se ha generado una idea de que la pesca es para pobres o para gente sin estudios, lo que ha hecho que los jóvenes se alejen del oficio”, explica Jully. A esto se suma la crisis ambiental y los cambios en los niveles del agua debido a la generación de energía. La pesca ya no es predecible, y muchos pescadores han tenido que diversificar su trabajo para poder sobrevivir. “Antes la pesca nos daba estabilidad, hoy es una actividad de riesgo”, cuenta.
Mujeres en la pesca, de la invisibilidad al liderazgo
Las mujeres siempre han estado presentes en la pesca artesanal, pero desde la sombra: vendiendo el pescado, remendando redes, apoyando en todo, pero sin un reconocimiento real. “Antes nos daban cargos menores y a veces nos daba pena hablar”, recuerda Jully.
Eso está cambiando. Ahora hay mujeres liderando asociaciones pesqueras, gestionando proyectos y consiguiendo recursos. Su capacidad de organización y su mirada a largo plazo han sido clave para la sostenibilidad del oficio. “Los hombres han entendido que, en muchos casos, nosotras tenemos mejor organización porque pensamos en el tiempo y la familia”, cuenta entre risas.
A pesar de todo, la pesca artesanal sigue siendo el corazón de las comunidades ribereñas. Es más que un trabajo: es identidad, es memoria, es resistencia. “Nosotros no podemos desligarnos de que somos ribereños, es decir que nuestras historias se tejen desde el río”.
La tradición sigue viva gracias al aprendizaje intergeneracional, pero sin incentivos y sin oportunidades, cada vez son menos los jóvenes que quieren aprender el oficio. La clave está en revalorizar la pesca, en romper con los prejuicios que la rodean y en entender que es mucho más que lanzar una red al agua. “Queremos que la gente entienda que la pesca es un arte del río, un legado que nos define y que debe seguir vivo”.
El destino de la pesca artesanal en el río Sogamoso aún no está escrito. Su continuidad dependerá de la capacidad de adaptación de las comunidades, de las políticas de apoyo y, sobre todo, del interés de las nuevas generaciones.
Mujeres como Jully Mora han demostrado que la transformación es posible y que hay futuro si se trabaja por él. El río sigue corriendo, llevando consigo las historias de quienes lo han habitado. La pregunta es: ¿quién tomará la red en el futuro?