En las montañas de Betulia, Santander se encuentra un pequeño taller lleno de creatividad y amor. Allí, inspirada por la tranquilidad y los colores del campo, trabaja Lina Marcela Alfonso, una mujer que transforma prendas comunes como camisetas, chaquetas y sombreros, en obras de arte que encantan con cada uno de sus finos trazos y detalles.
Lina no estudió arte, sino Administración de Empresas, pero siempre ha tenido una vena artística y una gran imaginación. Aunque ella no lo reconociera, las personas cercanas a ella sí admiraban su capacidad de escribir, pintar y dibujar “bonito”; así que una amiga le pidió que decorara unas cajas y ahí comenzó todo. Entre dudas, miles de ensayos y errores, pasó de pintar cajas a pintar a materas, gorras, camisas, chaquetas, sombreros… y hasta logró hacer un mural en San Gil. Todo tal como ella dice: “Siempre trabajando con amor y esmero”.
Su travesía con el arte y el emprendimiento inició hace casi cinco años, los mismos que lleva viviendo en una vereda de Betulia con su esposo e hijos. Desde allí hace hasta lo imposible para que cada cliente se sienta feliz e identificado en sus dibujos. Su mejor amigo es el lápiz, es su forma de darse a entender y su herramienta fundamental. Ahí inicia el proceso creativo y de elaboración de cada pieza para que sean únicas e inigualables. También se convierte en un desafío hacer que los productos lleguen a las manos de los compradores de forma rápida y en buen estado. “Detrás de eso hay mucho trabajo, muchas caminatas, muchas horas de desplazamiento, muchas varadas porque yo vivo muy lejos. Eso no tiene nombre”, menciona Lina con una voz risueña que refleja la pasión y entusiasmo por su trabajo.
Su esfuerzo y dedicación la han llevado a crear unos sombreros icónicos que representaron a Santander en la vitrina turística más importante del país: ANATO. Fueron más de 110 piezas con un diseño único que reflejaba la identidad de los municipios y las provincias del departamento. Y, aunque Lina viene de Rionegro, Antioquia, vive enamorada de la tierra santandereana, las personas y su belleza. Por eso asumió el reto de pintar desde flores, mariposas, aguacates, piñas y cacaos hasta la majestuosidad del Páramo de Santurbán y el Cañón de Chicamocha. “Yo le puse alma, vida y corazón a cada sombrero. Cada pincelada era con amor”, pinceladas que dejaron en alto cada rincón de Santander y que brillaron en ANATO 2025.
Ahora su sueño está en enseñar. Quiere empezar a compartir ese conocimiento que ha adquirido empíricamente sobre el arte a más personas, más mujeres y más madres campesinas que viven cerca de su casa. Ya lo ha intentado con talleres virtuales y quiere iniciar con la experiencia presencial. Lina espera mostrarles que, desde el arte, se pueden transformar espacios cotidianos como el jardín y convertir su hogar en un lugar de creatividad. Además, espera abrirles las puertas a las oportunidades y decirles “venga, hagamos algo, métale berraquera, que es que uno puede emprender desde el campo”.