Pasados diez años desde que el puente El Tablazo se derrumbó bajo sus pies, Rubiela Hernández aún recuerda vivamente cada segundo de ese fatídico momento del 2 de marzo de 2011. El accidente que dejó dos adultos muertos, un niño desaparecido y a ella postrada en cama durante un mes entero, sigue presente tanto en su memoria como en su cuerpo y en sus miedos. Una oleada invernal del 2010, la creciente del río Sogamoso, un movimiento tectónico y posible negligencia por parte de Sánchez Construcciones, empresa encargada de reparar el puente, son las causas señaladas por la caída de la estructura.
El puente El Tablazo había sido construido 70 años atrás para conectar los municipios santandereanos San Vicente del Chucurí y La Renta, separados por el río Sogamoso. Era la principal vía de acceso a San Vicente, esencial para su comercio y comunicación con el resto del departamento, aspecto clave en la vida de todos sus ciudadanos. Debido al inclemente invierno del 2010, poco más de dos meses antes de la tragedia, la estructura sufrió importantes daños que requerían de pronta reparación, tarea que realizaría Sánchez Construcciones. Desde que se inició esta labor, no se restringió rigurosamente la movilidad por el puente, permitiendo el tránsito de numerosas personas a diario y de varios vehículos, a pesar de que la empresa realizaba delicadas operaciones.
Para reparar las bases de un puente, cual cambio de llantas de un carro, se le debe aplicar un “gateo”. Según el ingeniero civil máster BIM en infraestructura John Sebastian Flórez, este es un proceso que consiste en levantar la parte superior de la estructura, por la que transitan las personas y colocarle unos apoyos temporales mientras se realiza la reparación. Este tipo de operación es de mucho cuidado, ya que los apoyos temporales no pueden ejecutar la misma función de las bases y permitir que el puente funcione con normalidad. Cuando se hace un gateo, se debe restringir en su totalidad el tránsito por la vía, pues de no hacerlo hay una gran probabilidad de que se derrumbe la estructura. Sin embargo, no se cerró el puente en ningún punto de su reparación ni se colocó algún aviso que prohibiera el paso, apareciendo únicamente tras un irreparable daño a la comunidad.
De lunes a sábado, Rubiela vendía empanadas frente a la tienda de su suegro, ubicada en el extremo de San Vicente que conectaba con el puente, por lo que entraba en su itinerario cruzar la estructura cada mañana. A su vez, su cónyuge, Nelson, solía trabajar como operador de una trituradora en otra obra a cargo de Sánchez Construcciones, también en el municipio chucureño. A lo largo del día transitaban por el puente todos aquellos que viajaban en bus. Se bajaban en el extremo de La Renta, cruzaban a pie, con maleta en mano y hacían trasbordo en la entrada de San Vicente. Todo a través de un apuntalamiento temporal que no debería estar funcionando como puente.
Para el 2 de marzo, las continuas lluvias en la región generaron un crecimiento en la corriente del río, así que estaba más alto y turbulento de lo habitual. Pero las rutinas de las personas se mantuvieron: Rubiela salió a vender empanadas, Nelson fue a su trabajo, los viajeros cruzaban y los obreros reparaban. A ellos se suma un niño de 7 años, Jorge Eliécer Monsalve, quien solía curiosear alrededor de los obreros del puente mientras trabajaban, y Laura Andrea Torres, que iba de paso con su pareja y habían parado en la tienda del suegro de Rubiela. Además, ese día se dejó transitar por el puente a un lote de ganado bastante grande.
El momento de la catástrofe
Pasadas las 4:00 de la tarde, Rubiela comenzó a levantar su puesto de venta, ya que sabía por su rutina diaria que no aparecerían por allí más viajeros a esa hora, que eran su clientela habitual. A las 4:50, los trabajadores sintieron un temblor a través de toda la estructura que los dejó inquietos, el niño seguía viendo con atención el trabajo de reparación, Laura iba por mitad del puente mientras se dirigía hacia su pareja, quien ya lo había cruzado, y Rubiela apenas había comenzado la caminata por la plataforma. Y el puente se desplomó.
Tras un estruendo, la estructura se partió a la mitad y cada lado cayó hacia el centro. Debido a dónde se encontraban en ese instante, Laura Torres y el obrero José Alberto Badillo cayeron directamente al río y murieron bajo los pedazos del puente, mientras que Jorge Eliécer fue arrastrado por la corriente. Solo Rubiela tuvo la suerte de no morir por la caída, gracias a que iba comenzando a cruzar cuando todo sucedió. Luego del ruido que le recorrió todo el cuerpo y que ahora es inolvidable para ella, Rubiela sintió cómo sus pies perdían soporte, cómo su cuerpo caía. Pensó en saltar, pero todo estaba sucediendo demasiado rápido, así que su mente fue inevitablemente a los rostros de su hija y de Nelson. Antes de sentir el impacto contra el río, se encomendó a Dios e imploró por auxilio; y lo obtuvo.
Nelson operaba la trituradora con los audífonos protectores puestos. Inmerso en su labor, no escuchaba los gritos de su jefe que intentaban darle la trágica noticia de lo ocurrido en el puente 5 minutos antes. Uno de sus compañeros le sacudió el hombro, trayéndolo de vuelta a la realidad. Al quitarse los audífonos y escuchar, sus latidos se aceleraron, dejó caer su casco y fue corriendo hacia su moto. Tardaría 8 minutos en llegar al lugar del accidente.
Por el choque de la caída de 10 metros, Rubiela perdió por un momento la consciencia. Al volver en sí, se dio cuenta no solo de que estaba viva, sino que también había logrado agarrarse a la parte del puente con la que cayó, sin quedar debajo de ella. Un milagro, pensó, para luego comenzar a sentir un creciente dolor en su cadera. Luego de unos momentos de desconcierto por la repentina situación, visualizó no muy lejos de ella la orilla. Volviendo a depositar su confianza en Dios y movilizando su cuerpo como podía, se impulsó hacia la esperanzadora tierra.
Logró salir del agua y tenderse en la orilla. Respiraba con dificultad, el dolor cada vez la consumía más. Sin que se diera cuenta de en qué momento sucedió, se encontraba incapaz de hacer el más mínimo movimiento sin que el dolor de la cadera se expandiera por todo el cuerpo y la inmovilizara. No podía hacer más que mirar hacia arriba, a los rostros asomados por el borde del colapso. En ellos veía incertidumbre, miedo, desesperación. Seguro se preguntan si sus conocidos cayeron al río, pensó Rubiela, pero ninguno la veía a ella. Intentaba gritar, pero incluso eso le generaba un dolor inimaginable. La desesperanza comenzaba a reinar en su mente, hasta que escuchó una voz conocida y pasos que se apresuraban hacia ella.
Quien la vio fue su cuñada, Esperanza Silva, desde la cima del ahora barranco, y fue Graciliano Velásquez, primo de su esposo, el que corrió en su auxilio tan pronto como fue divisada. Bajó por la pendiente de 10 metros, hasta llegar a ella. Rubiela le fue muy clara sobre su imposibilidad de moverse, así que Graciliano la subió a cuestas por la misma trocha de la aguda pendiente. Al llegar a la cima, la recostó con cuidado sobre el suelo, a unos 10 metros de la tienda de su suegro. No podían moverla, el más mínimo roce la hacía retorcerse de dolor, así que decidieron esperar allí a la ambulancia. Pocos minutos después, Nelson bajó de su moto y fue corriendo hasta Rubiela, con el corazón en la mano. De sus ojos se escapaban lágrimas, imposibles de contener, al ver cómo ni siquiera podría llevarla a la clínica. No sabían aún de la grave fractura, solamente la escuchaban gemir de dolor y repetir que era por la cadera.
Las lluvias no sólo habían afectado al río, también a los caminos de ambos municipios. En consecuencia, la ambulancia tardó en llegar alrededor de dos horas, 120 minutos en los que Rubiela estuvo acostada en el suelo de San Vicente, Nelson angustiado y ansioso por la tardanza del auxilio, los vecinos asustados y rogando a Dios que nadie más haya caído al río, y los padres de Jorge Eliécer y el novio de Laura Torres en completa desesperación. La ambulancia la llevó directamente a la clínica de SaludCoop, pero el problema era que Rubiela no tenía EPS. Fue gracias al seguro de accidentes de su esposo, cubierto por Sánchez Construcciones, que la atendieron inmediatamente en la clínica; mas esa fue la única ayuda que recibieron por parte de la empresa.
Por la alta corriente del río, era imposible recuperar los cuerpos atrapados bajo la estructura o intentar buscar a Jorge a lo largo del Sogamoso. El día terminó y al siguiente, la comunidad encontró en cada extremo del barranco, finalmente, un aviso de prohibido el paso, cuando ya no había puente que cruzar. Iracundos, quitaron los avisos y los destruyeron, y las demandas a la empresa no tardaron en generarse.
Lo que queda de una tragedia
El certamen médico era de una fractura de pelvis, que demandaba tres meses de quietud total en cama. Durante semanas, Rubiela vivió avergonzada e impotente por no poder realizar sus necesidades más básicas sin ayuda, por tener que ser llevada cada semana a la clínica de nuevo para un cambio de sonda. En medio de su terrible sentir, fue incapaz de continuar en cama tras el primer mes, cuando sintió que ya podía ponerse en pie y caminar con muletas, las cuales usó por el resto de los dos meses siguientes. Hoy agradece a Dios por su pronta recuperación, pero sabe que se exigió a pararse porque no soportaba sentirse como una carga. Lo sabe porque ya no puede mantenerse de pie durante mucho tiempo, ni agacharse sin sentir un fuerte pinchazo, ni hacer cualquier tipo de esfuerzo físico.
Se les informó a los ciudadanos que un puente militar tardaría algunos meses en establecerse, así que intentaron solucionar su incomunicación con el departamento como pudieron. Lo que hicieron fue un “aéreo”, un tipo de teleférico rural, que les brindó un poco de apoyo en sus difíciles tiempos económicos y comerciales por la caída de su principal acceso. Entre los tres y cuatro meses siguientes, se terminó el puente militar, y fue solo hasta febrero del 2012, casi un año entero después del derrumbe, que se inauguró un puente provisional, construido en concreto por Isagén, empresa encargada de Hidrosogamoso. Este no es el mismo que se puede transitar hoy en día, ya que toda la zona terminó inundada por la represa al río en 2014, para el establecimiento de la hidroeléctrica, así que los restos metálicos del Tablazo están ahora a unos 150 metros de profundidad.
En las entrevistas que se les realizó, todos los pobladores de los municipios siempre recalcaron el papel de Sánchez Construcciones en la tragedia y exigen que se realicen las investigaciones necesarias para hacer justicia, pero las indemnizaciones nunca llegaron. No solo no fueron retribuidos tras sus pérdidas, sino que los restos del Tablazo se quedaron bajo el río, ahora irrecuperables, y el cuerpo del niño de solo 7 años jamás fue encontrado. La catástrofe se le atribuyó oficialmente a la creciente turbulenta del río y al movimiento telúrico generado por la falla geológica de La Leona, sin que se tomara responsabilidad por dejar abierto el tránsito continuo sobre una plataforma en reparación.
Rubiela Hernández recuerda vivamente ese fatídico momento del 2 de marzo de 2011, ese instante en que el suelo que pisaba cayó bajo sus pies, y ella con él. Sus secuelas no fueron únicamente físicas, sino también psicológicas, en los miedos que no la abandonan después de una década. Lo rememora al verse enfrentada a una considerable altura y cada vez que se fuerza, encomendándose a Dios, a cruzar cualquier puente. Llega a su mente incluso cuando tiene que subirse a un ascensor, llena de miedo e imaginándose, cayendo de nuevo. Hoy, diez años después, viven en Lebrija y han logrado salir adelante, a pesar de que nunca recibieron indemnización por el accidente que dejó a Rubiela con limitaciones físicas y daño psicológico de por vida. Miran atrás con tristeza frente a los fallecidos y al niño desaparecido, que apenas comenzaba su vida. Se sienten afortunados y agradecen a Dios, pero no logran encontrar sentido a las pérdidas ni a la falta de justicia.