Entre empujones y pisotones se llegaba a los puestos de frutas, verduras, especias, carnes, velas y animales; donde los olores de los productos frescos del campo se mezclaban con el sudor de la ruidosa gente camelladora, que desde muy temprano trabajaba en aquella icónica plaza: San Mateo.
Desde 1895, la plaza bumanguesa se caracterizó por ser la mejor de la ciudad, el carisma de sus vendedores, la variedad de productos, precios accesibles y su arquitectura republicana que resaltaba entre las planicies de la meseta, la hacía verse imponente, su entrada de color gris daba paso a la gran vida comercial de Santander.
Ochenta y cuatro años después de su inauguración, en 1979, en la calle 34 el comercio se transformó, se cambiaron los puestos, gritos, pasillos y clientes por carretillas, bocinas, calles y transeúntes. El paso de las llamas dejó marcas en las paredes y vidas de quienes la visitaban en aquella época.
Visitantes como la señora Guillermina Afanador, una costurera que cada ocho días se encontraba frente a la grande, alta y ancha puerta de la carrera 16 para entrar a buscar el primer y único local que visitaba con frecuencia, la cacharrería de Don Eurípides, donde conseguía los encajes más bonitos, de mejor calidad y precio para sus majestuosos vestidos.
La señora Afanador recuerda pasar la puerta auxiliar y desde el zaguán observar el pabellón de carnes. Al subir el segundo piso debía pasar por una escalera de anchos peldaños, donde las ratas, gatos y chulos eran habitantes frecuentes, a pesar de los animales, el olor a lavanda y jabón de tierra apaciguaban el intenso hedor que desprendía el pasillo de embutidos.
La carne fresca colgaba sin cuidado de los ganchos expuestos a los clientes que con fracaso trataban de regatear con el carnicero, don Anselmo Peralta, quien demostró ser todo un comerciante visionario y ambicioso de los negocios. En 1893 buscó un terreno a pocas cuadras de la plaza para convertirlo en un centro de entretenimiento para todos los ciudadanos, el Teatro Coliseo Peralta.
En aquel lugar se realizaban los mejores espectáculos de la ciudad bonita, en donde la brecha social era el show central de cada tarde. Los ricos mirando por encima de las barandillas, la clase media protegiéndose del sol y los jornaleros todo el tiempo expuestos a las risas y los golpes de comida mal mordida, arrojada desde los tan anhelados balcones.
Peralta construyó, más que un teatro imponente, un corral de comedia en donde los gritos y voceríos no eran una invitación a aquellos ilustres políticos que, con gentuza, poco trataban. La esquina de la carrera 12 con calle 41, se convirtió en un espacio de comunión del pueblo y para el pueblo.
Desde su apertura acogió a todos aquellos curiosos que en medio del tumulto fueron testigos del primer corto proyectado en el país: “La serpentina”. El Teatro Coliseo Peralta, fue la primera víctima del Vitascopio el 21 de agosto de 1897, desatando una pelea histórica entre dos ciudades legendarias, Bucaramanga y Cartagena, por ver quién inició el camino a la aldea global de la que hoy formamos parte.
Disputa que tendría fin al demostrar que en la ciudad amurallada se pasaron los cortos un día después que en la capital Santandereana. El Peralta, lugar que vio encender el primer proyector, tuvo que bajar su telón por la falta de un público que lo visitara. De teatro a cine, de cine a monumento nacional, de monumento a un olvido. Un descuido que sin duda tiene a los bumangueses culturalmente perdidos.
“Este teatro, para mí, es como el centro cultural de la ciudad, por aquí transitó toda la cultura de finales del siglo XIX, todo el siglo XX y veintiún años del siglo XXI”, comenta Jaime Lizarazo, el Director del Coliseo Peralta.
La excepción a la regla, Lizarazo, un bumangués que no ha olvidado la importancia de los espacios culturales, dándoles el último anhelo en medio del polvo, cactus y gatos. Mantener a flote un barco sin tripulantes es el reto que hoy tiene el director; las constantes consultas y promesas vacías de los entes territoriales, quienes en su última visita firmaron un compromiso con tinta en negro, siguen siendo cuestionadas por las siete personas que hoy conforman el único grupo de teatro activo en el lugar.
La repercusión de estos patrimonios olvidados, ha dejado huellas en nuestra tierra, aquellos lugares y personajes icónicos atesoran lo que es hoy en día Santander. La recuperación del patrimonio llevará al hombre a recordar las glorias de los tiempos pasados, preservar ese patrimonio en el presente y consolidar su recuerdo en el futuro.
Hace dos años el Ministerio de Cultura presentó los resultados del Plan Especial de Manejo y Protección de la Casa Natal de Custodio García Rovira, elaborado por expertos urbanistas, que buscan rescatar los centros históricos de nuestra ciudad. Dos patios y una sola planta de la casa familiar esquinera, ocupaba aproximadamente un cuarto de manzana, situado en la carrera 9 con calle 35.
La casa del primer presidente santandereano, del militante ejemplar; la ruina que todos quieren comprar, pero que el título de patrimonio nacional ha frustrado durante años a los visionarios sin raíces. Estos no son los únicos a los que les falta algo, pues sin techo, pintura e importancia se encuentra la que el 2 de marzo de 1780 vio nacer al prócer de la patria.
Construida en tapia pisada, madera y teja de barro; es el resultado de una vivienda sucia y deteriorada, pidiendo a gritos un mantenimiento a las solapas, marcos ventanales y puertas estrechas, un tejado resbaladizo, manchado y maltrecho es la tristeza de quienes tienen conciencia del alto nivel de aquella histórica casa.
Historias de lugares que con el tiempo se convirtieron solo en casas viejas, para después llamar la atención de aquellos ilustres que siglos atrás miraban con desdén los establecimientos populares de la capital santandereana; los mismos que, mediante la Ley Bucaramanga 400 años, han decretado restaurarse para devolverle el adjetivo de bonita a la ciudad.
El presidente Iván Duque, en su visita a Bucaramanga expresó: “tenemos una agenda de desarrollo de proyectos y de transformación que vamos a materializar, son 400 años bien vividos de historia, pero queremos 400 más de progreso y bienestar”. Con ojos cristalinos, hombros decaídos y voz desanimada, el director del Teatro, prometió no ceder a palabras vacías hasta no ver a los obreros actuando en su escenario.
El acto más costoso que hasta ahora se presentará en aquel corral de comedias, tendrá una inversión de $3.832 millones de pesos. Las obras iniciarán en el 2022 y durarán 10 años, para finalmente abrir sus puertas, cámaras, luces y acción al público que desde su inicio le dio vida, clima y cultura a aquella esquina naranja.
Una Ley y 150 mil pesos, fue lo que un día se dispuso para garantizar que el grito de valentía “¡Firmes, carajo!” del general, Custodio García Rovira, retumbara en los cimientos de su ciudad natal. La esperanza viva de un Museo de Armas que conmemora a los héroes que hicieron posible la independencia de Colombia. Hoy se dispone de un presupuesto de $8.703 millones de pesos para hacer realidad los planes, que hace más de cuatro décadas propuso la Academia de Historia de Santander.
Como un área de desarrollo creativo y con una inversión de $60 mil millones de pesos, la Plaza San Mateo volverá a reabrir sus puertas, para recibir a la gente camelladora que un día fue su razón de ser, personas que con el tiempo se espera que incluyan a su canasta familiar, la boletería del entretenimiento del hoy y el futuro próspero del mañana.
Cuando existen monumentos nacionales que rinden homenaje al deterioro, desamparo y abandono, se tiene que generar un compromiso. “ReactivARTE buscará [...] fortalecer las industrias creativas y culturales”, afirmó el ministro de Cultura, Felipe Buitrago. La población será parte de los cambios estructurales, sociales y educativos que se verán reflejados en los niños que un día contarán sus experiencias como lo hace ahora doña Guillermina.
Entre expectativas e ideas mudas los Bumangueses declaran su ansiedad por gritar lo que son en medio de espectáculos, charlas, danzas, risas y lágrimas, por un reencuentro con aquel patrimonio perdido en medio del caos citadino, que hoy vive en medio del desarrollo este gigantesco pueblo.
Un pueblo guerrero, berraco, echado pa´ lante y que nunca da un paso atrás. Ellos son los bumangueses, los que con una sonrisa iluminan la bonita ciudad, la de los cuatrocientos años, los numerosos parques coloridos y sus centros culturales que son el renacer de una ciudad legendaria.