En aquel sitio oscuro, apodado ‘La nevera’, se escuchó el inconfundible arpegio inicial de una de las canciones más famosas de la banda californiana Red Hot Chili Peppers, proveniente de una guitarra clásica de color blanco y cuerdas de nylon que estaba en manos de un joven de 16 años, cuyo anhelo más grande en ese instante era dar lo mejor de sí en tan importante suceso para su vida.
Esta es la historia de aquel joven, Gabriel Santiago Acevedo Bueno, quien nació en 2003 y ha decidido dedicar buena parte de su vida a aquello que ama apasionadamente: la música. Su decisión puede ser considerada extraña y errada a ojos de personas que conozcan un poco su perfil: mejor estudiante de su clase, notas sobresalientes en matemáticas, física y química, un buen resultado en las Pruebas Icfes Saber 11 y la oportunidad de aspirar a una beca para acceder a una educación superior en una prestigiosa universidad privada. Sin embargo, en contra de lo que en general se pensaría, Gabriel tomó la decisión de estudiar Licenciatura en música debido a que, en realidad, esta es su verdadera vocación, palabra muy usada, pero, quizás, poco entendida.
Cuando recién empezaba su vida, de sus dedos brotó sangre en varias ocasiones. Aquel juguete favorito le hacía daño. Un infantil instrumento de seis cuerdas metálicas volvía loco al pequeño hasta el punto de hacerse daño al jugar tanto con él. Cuando no sobrepasaba los 10 años, los cristales de su hogar se estremecían, el piso vibraba y los objetos saltaban como si de un auténtico concierto se tratara cuando por aquellos altavoces sonaban las inconfundibles canciones de Héroes del silencio, Nirvana, The Cure, Fito Páez, Andrés Calamaro y hasta Celia Cruz. Este fue el primer acercamiento de Gabriel a la música, quien desde niño absorbió, cual esponja, todo aquello que escuchaban sus padres, que para el momento ya estaban separados. Como si de un llamado celestial se tratase, Guitar Hero era su gran afición por aquellos años, aquel clásico videojuego que ponía al jugador en la piel de un guitarrista de rock que, mediante agilidad y precisión en el mando, interpretaba las mejores piezas del género. Su afición, lejos de terminarse en aquel mundo virtual, crecería cada día más.
Era 2014, Imagine Dragons ganaba su primer Grammy, Birdman llegaba a las salas de cine y Gabriel obtenía su primera guitarra. A sus manos llegó un elegante ejemplar rojo cobrizo que en la actualidad cuenta con una enmendadura a lo largo de todo el aro de la caja de resonancia. Su padre, con quien comparte nombre, se la obsequio a la par que compró una hermosa Stratocaster blanca con negro para sí. No obstante, el primogénito no se conformó con aquella ‘simple’ guitarra de cuerdas de nylon, su objetivo en aquel momento era rockear y terminó heredando, de manera temprana, aquella valiosa pieza que su padre guardaba en sus arcas. Sus ganas aumentaron, su pasión se desbordó y allí se enamoró del instrumento.
Un sol fue la primera nota que sus dedos produjeron, la primera de aquella conocida melodía decembrina: feliz navidad. Los días pasaban a la par que Gabriel aprendía. Buscaba en internet cómo tocar guitarra eléctrica y las primeras canciones que aprendió fueron de Rammstein. Encontraba covers en YouTube, veía conciertos en vivo y trataba de imitar aquello que observaba, guiándose también por su audaz oído. Gabriel adquirió información de otras personas, aunque no contaba con una guía teórica o temática. Al principio, tomó clases en aquel sitio emblemático de la ciudad dulce, cuyo logo con círculos irregulares alude a una piedra. No obstante, se desmotivó tan pronto recibió su primera clase. Su interés por la guitarra clásica se esfumó como el polvo en la brisa, por lo que solo asistió cuatro veces a aquel santuario cultural.
Todo es un proceso...
“Con lo que la paso bien es haciendo música, me apasiona mucho.”
El interés general por la música se va dando en el proceso de todo músico, proceso que Gabriel inició el mismo año en el que las yemas de sus dedos palparon un instrumento por primera vez. Sus gustos musicales y las piezas que tocaba fluctuaron. Las melodías industriales de los alemanes lo acompañaron en un inicio, las cuales dieron paso, como en una carrera de relevos, al nu metal de la mano de Linkin Park, el metal alternativo con Slipknot al igual que el rock indie de The Strokes. Como es de esperarse, al escuchar estos nuevos sonidos quiso imitarlos, repitiendo así el meticuloso proceso que lo sigue acompañando hasta los tiempos actuales.
En el denominado año de los grandes conciertos en Colombia, Gabriel no se quedó atrás y dio su primera presentación en su escuela. Nadie quedó indiferente cuando aquel joven de 14 años subió al escenario enmascarado al más puro estilo de Corey Taylor, empuñando aquel ejemplar blanco y negro que había heredado. Con un sonido para nada común en ámbitos escolares y con su actitud en el escenario dejó boquiabiertos a la gran mayoría de asistentes, quienes fueron su público por unos cuantos minutos.
Juan Camilo Melo quedó impresionado, era un aficionado de la batería y no dudó en proponerle a aquel excéntrico guitarrista que crearan una banda y así llegar a la cúspide del éxito y la fama. No cumplieron esto último, pero sí conformaron un grupo al que llegó Andrés Pacheco como vocalista y, por último, ingresó el padre del susodicho guitarrista, quien se desempeñó como el bajista. Empezaron a tocar juntos, compaginaron bien en aquel tiempo. Gabriel, como quien abre la puerta a lo desconocido, empezó a escuchar otro tipo de rock gracias a la influencia de aquel de las baquetas. El rock en español se hizo más presente, los 2000’s resonaban más a menudo en sus tímpanos y el metal pasó a un segundo plano.
Al igual que su estreno en el escenario, el quinto día del mes de Halloween rockearon como nunca antes se había hecho en aquella escuela. Las pancartas blancas contrastadas con la pintura negra que formaba un pentagrama con sus respectivas notas y las bombas que compaginaban con aquellos colores indicaban lo que se celebraba aquel día. Ensayaron bastante, aunque la
comunicación musical no fue una de las virtudes del grupo. Gabriel en esta ocasión tenía en sus manos una nueva adquisición, una elegante Superstrat totalmente negra de la marca Ibanez, la cual se convirtió en su guitarra predilecta. Melo contaba con su set de batería completo conformado por un bombo, una caja, tres timbales, todos de madera con tonos rojizos; y los inseparables platillos. Por su parte, Gabriel Acevedo padre llevó consigo su bajo, también de tonos rojizos y anaranjados, y Pacheco preparó su voz. Todo estaba listo y había llegado el momento. En aquel recinto cerrado retumbó con poder la primera nota proveniente del instrumento de frecuencias graves. La presentación había comenzado y Seven Nation Army fue la canción inicial. Los gritos no se hicieron esperar. La euforia se sentía cada vez más a medida que se acercaban al estribillo. Al llegar, todo estalló. Los dedos del guitarrista, cubiertos con guantes de esqueleto, se movieron con agilidad por el mástil, las baquetas viajaron por cada uno de los parches y las pastillas del bajo vibraron con intensidad. Rockearon, sin duda. El público pidió más y los complacieron con otras piezas, así como todo buen intrprete complace a quien lo escucha. A pesar de la poca experiencia y los evidentes nervios, levantaron a toda una escuela a punta de música y esta no sería la última ocasión.
Los años pasaron y las presentaciones siguieron. 2018 fue un año fructífero para Gabriel, encabezando la mejor presentación vista en el reinado ecológico, festividad propia de su sitio de enseñanza, junto a María Fernanda Peña, su amiga y reina del grupo. En su último año de escuela hace de las suyas junto a su profesor de música, Jorge Galvis, su hermano, Elkin Galvis, y otros integrantes de la banda marcial. Para ese entonces ya contaba con otro instrumento, una sobria Les Paul negra con detalles dorados que imitaba ese mítico modelo que usó Billie Joe Armstrong en aquel icónico videoclip de 2012. Todas estas experiencias lo moldearon, cual alfarero moldeando una vasija de barro. Así decide, de una vez y para siempre, que aquello a lo que, sin duda, debía dedicar gran parte de su vida era la música y, en consecuencia, iba a estudiar Licenciatura en música.
Llegó el momento clave. Como ha quedado en evidencia, el guitarrista era todo un rockero. Sin embargo, al tomar esa decisión comprende que debe entender la música desde una perspectiva mucho más amplia a la que venía acostumbrado. Empezó a indagar en distintos géneros, se interesó por aquello que escuchaba y por aquello que decidió empezar a escuchar. Como si de un detective se tratara, no paraba de buscar sus ‘pistas’. Las bases teóricas lo atraparon, la teoría musical lo absorbió y así fue como empezó su proceso de profesionalización en busca de convertirse en el mejor músico que pudiera ser.
El amor por la música se manifestó en aquel momento, aunque Gabriel no pudo expresar su decisión. En agosto de 2019 presentó las pruebas Icfes Saber 11 y en octubre se enteró de su puntaje: trescientos ochenta y siete. Se le abrieron muchas puertas a nivel académico y fue tentado por la matemática pura, por un lado, mientras que la ingeniería le hacía ojos coquetos por el otro. En su colegio era reconocido por profesores y estudiantes. Santiago Lozano, compañero de Gabriel desde 2017 y con quien compartió promoción, lo recuerda como una persona amigable, amable y dispuesta a ayudar. Por su parte, Miguel Fontecha, profesor de matemáticas y director de grupo de Gabriel en el 2018, lo denomina como polifacético, debido a las distintas actitudes y aptitudes que demostraba, más allá del marco académico.
El comportamiento de Gabriel en clase podría añorar la idea del típico ‘estudiante perfecto’: siempre ponía total atención, nunca recibió un regaño, era de los primeros puestos de su clase, sus notas eran sobresalientes y era muy respetuoso con los demás. Aunque, también tenía otra serie de comportamientos que denotaban ya su pasión imperante: usualmente llevaba consigo su guitarra o ukelele con los que tocaba canciones, solía escribir o componer en las últimas páginas de sus cuadernos, cogía sus lapiceros a modo de baquetas y fingía tocar una batería, e incluso contaba con una aplicación en el celular que simulaba distintos instrumentos y con ella se entretenía gran parte de su tiempo. Su tendencia a la música era obvia. Acababa las tareas a toda velocidad, como un corredor de la Fórmula 1, para poder palpar su instrumento. Su identidad estaba definida y, sin duda, su llamado vocacional era claro y constante.
A pesar de esto, el guitarrista no pudo verbalizarlo frente a sus familiares. A diferencia de su padre, quien resultó en un gran apoyo para la consolidación de la decisión vocacional de Gabriel, su madre, Olga Bueno, aún sin saber la decisión de su hijo, se oponía un poco a la idea que él estudiara música. Según María Jimena Martínez, psicóloga con maestría en educación, estos comportamientos son comunes en la relación entre padres e hijos, ya que los padres, al ser uno de los factores de influencia externos más importante en la toma de decisiones de sus hijos, intentan velar por aquello que, según su pensamiento, es lo mejor para sus descendientes, aunque, realmente, no sea lo que estos últimos consideran óptimo para sus vidas.
La incertidumbre casi se materializó en el ambiente. Gabriel calló hasta que, poco a poco, fue confesando sus intenciones. Preguntas sutiles e indiscretas invadieron las conversaciones familiares. Su padre fue respondiendo de manera positiva a aquellas insinuaciones, mientras que para su madre fue un poco duro hacerse a la idea de que su amado hijo iba a estudiar música. No obstante, su confesión total vino acompañada de la inscripción como aspirante al programa de Licenciatura en música. Ese fue el punto donde decidió no reprimir más lo que tenía que decir. Su padre lo apoyó totalmente y su madre también decidió brindarle su apoyo. En su escuela existieron diversas reacciones. La incredulidad de algunos se mezcló con la serenidad de otros. Las voces de reproche no se hicieron esperar, al igual que las de apoyo. Sin importar esto, aquel pequeño que sangró por su pasión, estaba encaminado a profesionalizarla.
El gran día...
“Dije muchas gracias y perdón, algo así. Estaba moralmente destruido”
Su decisión estaba tomada, pero había algo que aún lo separaba de ingresar a estudiar su pasión: la prueba de admisión. Aquel filtro buscaba comprobar la tenencia de aptitudes y conocimientos musicales, desempeño instrumental y la correcta audición e imitación de sonidos. La prueba, en realidad, era sencilla. Solo aquel que nunca se hubiera acercado a la teoría musical sucumbiría ante ella, pero Gabriel no era uno de ellos.
La alarma sonó a las 5:00 a.m. y el celular mostraba en su pantalla esa importante fecha: 12 de diciembre de 2019. Gabriel desayunó algo ligero, un huevo batido con un vaso de bebida chocolatada, ya que los nervios no le dejaron ingerir algo más. Había hecho su parte del trabajo, sin duda. Su guitarra lo estaba esperando, al igual que la Bwis negra con azul de su progenitora a las afueras de su casa, quien, como muestra de apoyo, decidió llevarlo al sitio donde se celebraría tan magno evento. El reloj marcó las 7:00 a.m. y Gabriel había sido de los primeros en llegar al lugar, aunque, irónicamente, sería de los últimos en presentarse. Vio cómo empezaron a llegar otros candidatos e incluso se encontró con algunos conocidos, también aspirantes. Después de un tiempo, se dio la orden de entrada y empezó la prueba. El primer test fue de reconocimiento auditivo y teoría musical, seguido de una prueba de solfeo, lectura rítmica, examen de imitación y, por último, de presentación instrumental.
Para esta última, Gabriel se dirigió a un sitio oscuro al que se accedía por una especie de pasillo que se asemejaba al recorrido final antes de ingresar a un avión. A medida que iba haciendo el recorrido, sentía la pesadez de su guitarra, el palpitar de su corazón y el incremento de sus nervios. Aquel sitio, comúnmente conocido como ‘La nevera’, estaba repleto de alfombras negras, gracias a la insonorización, tenía techo alto y contaba con aire acondicionado, el cual estaba tan frío que las manos se congelaban. Gabriel ingresó con paso firme, aunque un tanto inseguro. Se sentó al frente de la profesora de instrumento principal, de manera paralela a la pared de la puerta de ingreso, trazando así un ángulo de noventa grados entre él, su evaluadora y dicha entrada. Llevó una de sus guitarras favoritas en aquel momento, una clásica de color blanco con detalles negros, la misma guitarra que tantas veces lo acompañó en el colegio, a pesar de que nunca se presentara con ella. Tomó aire y sus dedos marcaron las primeras notas de Under The Bridge de los californianos Red Hot Chili Peppers. Sus ojos estuvieron clavados en sus propios dedos, congelados por el frío, encorvando así su espalda.
El arpegio inicial sonó de manera clara, a pesar de sus evidentes nervios. Se suponía que debía llevar un banco para pie, típico artilugio usado para reposar la guitarra sobre la pierna izquierda, la técnica y postura usadas para la guitarra clásica. Sin embargo, prescindió de él y tocó sobre su pierna derecha como quien toca alrededor de una fogata. Siguió interpretando el tema en la misma posición y al entrar al rasgueo su evaluadora le pidió que parara. Le preguntó si podía tocar algo más, a lo que él respondió audazmente con Dust in the Wind de Kansas. Al finalizar, se levantó, agradeció y pidió perdón por su interpretación.
Sí, había pedido perdón. Se había sentido muy mal. Era consciente de que la pieza que había llevado no era lo usual para ese tipo de pruebas. El común denominador es presentar estudios de compositores clásicos o música académica. El arriesgado guitarrista decidió interpretar un tema de rock y, a pesar de estar muy seguro de su decisión, después de presentarse sintió que aquello le había jugado en contra. Quizás fue un arma de doble filo o quizás estaba pensando de más. Intuía que no sería de los mejores ni más habilidosos aspirantes en la prueba y se sintió como un auténtico perdedor en aquel momento.
Salió del sitio, bastante achantado, cogió un Metrolínea rumbo a su hogar y durante el camino intentó hacerse a la idea de que no iba a pasar la prueba. Sus pensamientos se mezclaban con los sonidos propios del bus, el murmullo y la carretera. Se repetía una y otra vez que no pasaría nada si no aprobaba el examen, ya que, al fin y al cabo, no lo haría. Llegó a su casa, cabizbajo. Almorzó, subió a su cuarto y de allí no salió durante el resto del día. El supuesto gran día se convirtió, en su momento, en uno de los peores.
Despúes de la tormenta
“Yo diría que lo más importante de meterse a estudiar música es darse cuenta de lo malo que es uno para todo”
Como es de esperarse, aunque para él fue una total sorpresa, ese joven de 16 años pasó la prueba. Logró su sueño, sería estudiante de Licenciatura en música y no dudaría en sentirse orgulloso sobre ello. Sin embargo, debido a la contingencia generada por el demoniaco virus que paralizó el mundo, su primera experiencia universitaria estuvo enmarcada por la virtualidad. El semestre 2020-1 inició. Las llamadas por Zoom se volvieron comunes y las prácticas teóricas a distancia se hicieron el pan de cada día. Para precisar el impacto de aquella extraña e inesperada realidad, es menester entender que en 2014 la tasa de deserción de los estratos 1, 2 y 3, sector poblacional del que hace parte Gabriel, era superior al 50% según una investigación realizada Héctor Alberto Botello. Para el 2018, el 37% de estudiantes a nivel nacional desertaban en el primer año de universidad y para el segundo semestre del 2020 se reflejó una caída del 11.3% en las matrículas según la Asociación Colombiana de Universidades (Ascún).
No obstante, para el estudiante de música esto no fue un problema. La complejidad de aprender un instrumento sin tocarlo siquiera y con un docente acostumbrado a los procesos de enseñanza presencial conjugaron en la deserción de varios de sus compañeros. Sin embargo, en contra de las estadísticas, Gabriel ni siquiera consideró la deserción como una opción, ya que había aprendido toda su vida de esta manera. Sus profesores fueron las páginas de internet, los foros, los artículos y todas aquellas personas que compartían, de manera desinteresada, su conocimiento en YouTube. Esta nueva etapa inició de una manera anormal, pero no lo fue tanto para él.
Una vez más, según la psicóloga Martínez, existen muchos efectos positivos al darse una correcta elección de carrera en vistas de la vocación, entre ellos se encuentran la satisfacción personal y el buen rendimiento académico. Cuando una persona se siente satisfecha con su decisión es cuando se siente motivada, siente esa pasión por la carrera que está tomando. Por otro lado, un buen rendimiento académico se da porque aquello que motiva, involucra; entonces, si existe una motivación por las asignaturas y los cursos teórico-prácticos, se va a ver reflejado en dicho rendimiento. Cuatro largos semestres después, Gabriel es feliz con su decisión, su actitud denota aquella satisfacción a nivel personal que tiene por estar forjando su camino como músico y, en adición, ha sido reconocido como uno de los mejores estudiantes de su programa académico en los semestres 2020-2 y 2021-1. Logros que confirman, sin duda, que tomó la decisión correcta.
Hoy, con 18 años, Gabriel se prepara para iniciar su quinto semestre. Intenta practicar piezas de guitarra todos los días, al menos una hora, aunque también toca bajo, ukelele, piano y canta. En contraste con su versión de 2014, ya no toca tanto la guitarra eléctrica, aunque no la ha dejado de
lado. No tiene estructurado un plan para después de graduarse, pues prefiere estar abierto a cualquier posibilidad, pero sí tiene claro que su perfil va a estar relacionado con la docencia, la composición, la interpretación, la dirección y la formación académica.