Con diversidad de museos y centros culturales, Bucaramanga y su área metropolitana se convierte en un lugar ejemplar para gozar del arte y todas sus expresiones. Es así como Plataforma Digital ahondó en estos centros con el fin de dar a conocer a sus usuarios un recorrido a través de historias, expresiones diversas y material que nutre el amor que muchos artistas y amantes del mismo expresan no solo en esta región sino en el mundo entero.
Los invitamos a hacer un recorrido virtual a través de la historia de un artista que en sus inicios sobrevivió con el arte pero hoy, a sus 51 años, es el motor de su existencia. Asmismo, a través de una narrativa audiovisual se muestran cinco de los lugares más destacados que promueven el arte en el área metropolitana de Bucaramanga. Aquí también se puede apreciar una infografía sobre cómo crear un bastidor.
Bienvenidos a este especial multimedia y recuerden dar clic en el podcast y en la infografía para conocer más sobre este valioso tema.
De sobrevivir del arte, a vivir para él
De estatura media, tez blanca, con cejas delgadas pero pobladas que enmarcan unos ojos oscuros y rasgados. Entra a la habitación a paso lento; esta vez viste más formal de lo usual, pero en sus manos todavía queda el rastro de la pintura que lo acompaña a diario. Con semblante amable, termina de entrar al estudio y con su voz gruesa dice estar nervioso mientras se sienta entre los miles de bastidores y lienzos con los que suele trabajar.
Se trata de Henry Augusto Delgado Arenas, de 51 años, quien nació en Bucaramanga y cuando apenas tenía memoria, sus padres decidieron comenzar una nueva vida en ‘La Arenosa’: Barranquilla. A sus seis años conoció la práctica de la pintura, a través de hombres que caminaban casa por casa con maletas, vasijas y pinturas gritando a todo pulmón: “¡Vecino, ¿le pinto el letrero?!”.Él, con curiosidad y lleno de ilusión corría para verlos llenar de colores las paredes del restaurante de su padre, en donde las pinceladas giraban entorno a retratar los platos que allí servían.
Los primeros años de su vida se aventuró haciendo cosas que a simple vista no parecían arte, pero que con el pasar de los años comprendió que sí lo eran. En ese momento él llamaba hobbie a los dibujos que hacía al dorso de las revistas de Kalimán, las cuales contaban con un espacio en blanco en donde el niño debía probar su talento y completar el paso a paso del retrato de un muñequito. La magia de esta experiencia era la posibilidad de que el mejor dibujo, junto a los datos de su pequeño autor, ganara un curso de pintura por correspondencia. Henry recreó cada una de las ilustraciones, pero nunca las envió.
A la familia Delgado, la vida los llevó de nuevo a la Ciudad Bonita y como adolescente se enfrentaba a nuevos retos: el elegir qué carrera debía estudiar era el principal dilema del Henry de ese entonces. Por un lado, estaba su creciente amor por ser artista, y por otro, la insistencia de su padre por alejarlo de una carrera considerada para borrachos y bohemios, encaminándolo a una “buena vida” a través de la idea de estudiar Derecho.
Lejos del deseo de su padre, junto a un amigo conoció una escuela de arte. Se dejó cautivar por sus salones de escultura, pintura, fotografía y grabado, para así terminar por inscribirse en una práctica que lo acompañaría toda la vida.
Entregado en cuerpo y alma, Henry se enfrentaba a los retos de la vida de un artista, que luego de haber estado ilusionado por su profesión, llegó a una realidad que lo desencantó hasta el punto de pensar en desistir. “Esto no es para mí, yo no nací para esto”. Eran ideas que frecuentemente lo atormentaban. La principal detractora era la economía, pues en la sociedad, la pintura no es un artículo ni siquiera de tercera necesidad, ya que es posible tener un hogar armonioso sin un cuadro, y en los establecimientos comerciales las pinturas colgadas en la pared no son usuales; por esto, cuando hay crisis económicas en la región, en lo que primero se deja de invertir es en el arte.
No fueron días, semanas o meses, sino años de padecimiento en los que este artista se enfrentó a una sociedad cerrada, que solo veía a unos cuantos pintores de la región como verdaderos profesionales; y como si los problemas económicos fueran pocos, los existenciales también se hacían presentes. El hecho de haberle dedicado la vida entera al arte y enfrentarse con la realidad de que este no fuese valorado, sumándole los problemas personales y familiares a los que cualquier ser humano se enfrenta, eran los principales inconvenientes por los que pensó en flaquear.
A su vida llegó la calma, dice él que, gracias a la madurez frente a la pintura, no se trataba de vender o figurar como persona de sociedad. Henry encontró el verdadero éxito del arte en dar a conocer sus obras, que estas se tomaran distintos sitios de la ciudad y que los espectadores tuvieran también acceso a ellas. Luego, vinieron los concursos, que pese a no haberlos ganado todos, sí fueron disfrutados por completo.
Asimismo, conocer caras y personas nuevas que se fueron transformando en lo que él llama “la sangre para seguir viviendo” y la oportunidad para volverse a enamorar de la pintura, a tal punto de experimentar una luna de miel con ella.
Henry es un ejemplo vivo de persistencia y aunque han enseñado siempre que “de amor no se vive” este artista usa el amor como herramienta base para enfrentar en su día a día los altibajos de su profesión, y explorando al máximo sus sentimientos enseña que la vida está hecha de colores, en donde un lienzo en blanco es la oportunidad de una nuevo comienzo, en el que se puede llegar a ser la musa de una historia propia, para así llegar a inspirar a otros.