El disparo fue un rayo.
Un sonido seco, breve, imposible de olvidar. Era la tarde del 12 de mayo de 2003, y Miguel Ángel Rincón Narváez, de apenas 9 años, jugaba con un arma de fuego en su casa del barrio Provenza, en Bucaramanga. El juego se convirtió en tragedia en un instante.
El estruendo metálico partió su infancia. Desde ese día, el suelo se volvió una frontera, y su cuerpo, un territorio desconocido debido a la restricción de movilidad.
Pasó semanas enteras entre quirófanos y pasillos hospitalarios. Los médicos lo operaron en repetidas ocasiones; el conteo de cirugías se perdió en la angustia de su familia. Cuando por fin volvió a ver el sol, lo hizo desde una silla de ruedas. Tenía 10 años y la carga del futuro era abrumadora. “Me salvaron la vida, pero no sabía qué hacer con ella”, recuerda Miguel, dos décadas después, con la calma que otorgan los años y la disciplina.
Cinco años después del accidente, en 2008, una fisioterapeuta del Hospital Universitario de Santander le mencionó la natación como parte de su rehabilitación. Al principio, el miedo fue tan profundo como la piscina. Pero el agua no lo rechazó. Lo envolvió. Lo sostuvo. “Ese día volví a sentirme libre”, cuenta Miguel. Desde entonces, cada inmersión fue un acto de voluntad. En el agua no hay sillas, muletas, barreras; Solo cuerpo y una concentración total.
En 2010, con 16 años, participó en su primera competencia local de paranatación en Bucaramanga. No ganó medalla, pero encontró algo más valioso: el sentido de pertenencia a un entorno donde las limitaciones se transforman en impulso.
De Santander al podio internacional
Entre 2012 y 2015, Miguel entrenó con el apoyo del Indersantander, bajo la supervisión de médicos, kinesiólogos y psicólogos. Allí comenzó su carrera formal como deportista de alto rendimiento. Cada madrugada lo encontraba en la Villa Olímpica de Bucaramanga, cuando el agua aún estaba quieta y el cielo apenas despertaba. “La natación se convirtió en mi forma de rehabilitación, también fue mi manera de volver a vivir”.
En 2016, representó a Santander en los Juegos Paranacionales y se subió al podio por primera vez. Dos años más tarde, en 2018, clasificó a los Juegos Panamericanos de Lima 2019, donde Colombia depositó sus esperanzas.
El momento que cambió su vida por segunda vez ocurrió el verano de 2019. En el complejo acuático de Lima, Miguel tocó la pared final, miró al marcador y supo que había hecho historia: cuatro medallas de plata.
Esa noche, sintió que el agua le devolvía todo lo que el destino le había quitado. “Cada competencia es una lección y una oportunidad para mejorar”, sostiene.
El presente y el futuro olímpico
Hoy, en octubre de 2025, Miguel sigue entrenando. A las seis de la mañana, el agua de la Villa Olímpica recibe su cuerpo, que se desliza con la precisión, midiendo cada segundo entre brazadas.
El Informe de Gestión del Primer Trimestre 2024 del Indersantander insiste en la necesidad de fortalecer los proyectos en zonas rurales y adecuar escenarios deportivos para atletas paralímpicos. Aunque las cifras no alcanzan los sueños, la esperanza persiste. “Las adversidades pueden transformarse en oportunidades”, dice Miguel, mientras el vapor se eleva sobre la piscina y el sol lo cubre.
En el agua —esa compañera constante— Miguel recuperó la capacidad de moverse con libertad. En cada gota que salpica su rostro está la certeza de que el coraje es tan vital como la capacidad de flotar.
Epílogo: las huellas del movimiento
Cuando cae la tarde en Bucaramanga, el bullicio del tráfico se mezcla con el rumor lejano del agua. En la piscina, Miguel entrena con nuevos jóvenes que descubren el poder de la disciplina. Algunos llegan con muletas, otros en silla de ruedas. Pero al lanzarse al agua, todos son iguales. Allí no hay discapacidad ni etiquetas: solo esfuerzo, sudor y sueños.
Miguel los observa y sonríe. Recuerda que hace 22 añosél también tuvo miedo y pensó que nunca más volvería a moverse.
Hoy, con 32 años, es mentor y ejemplo. Les habla de constancia, pero sobre todo de fe. Les enseña que, en la vida, como en la natación, lo importante no es cuántas veces se respira, sino la voluntad que se demuestra entre cada respiración.
A veces se pregunta si la sociedad algún día aprenderá a ver más allá de las rampas o los presupuestos. Si entenderá que la verdadera inclusión no está en las cifras, sino en las oportunidades.
Mientras tanto, Miguel seguirá nadando. Cada día, cada mañana, cada competencia. En ese espejo líquido donde el cielo se mezcla con su reflejo, la historia de Miguel Ángel Rincón sigue escribiendo.




