Manuel Murillo, a sus 70 años, es fiel seguidor del Club Atlético Bucaramanga y todavía recuerda la calurosa tarde del 11 de octubre de 1981, cuando el césped verde del estadio Alfonso López se pintó de rojo con la sangre de los hinchas 'leopardos, que huían aterrados para salvar su vida ante las balas provenientes de los soldados que entraron de manera temeraria, disparando contra la multitud.
Ese día, Manuel, junto a su esposa María y su hija Katherine, entró al estadio, al igual que algunos miembros del pueblo santandereano, con la esperanza de ver a su amado equipo conseguir el pase a la gran final del futbol profesional colombiano, aunque la iba a tener difícil debido a que enfrente estaba el Junior de Barranquilla, club que llegaba a Bucaramanga con el propósito de llevarse la victoria para lograr disputar torneos internacionales el próximo año.
Momentos previos al encuentro
Como nunca se había visto en la ciudad, las taquillas estaban llenas de compradores que anhelaban conseguir una boleta para entrar a ver al equipo sensación del campeonato, que estaba dirigido por el entrenador argentino Roberto Pablo Janiot, y liderado por las figuras del balompié profesional, Francisco Maturana y Édison Umaña, quienes años después serían técnicos de la selección Colombia de mayores.
Además, comenta el señor Manuel, que la hinchada del Atlético Bucaramanga siempre se ha caracterizado por ser una de las más apasionadas y estrepitosas del país. Ese día, recuerda que desde temprano la gente comenzó a llenar las graderías del Alfonso López y era tal el caos en la entrada, que la policía agotada por la situación decidió abrir de par en par las puertas del estadio, sin importar si ingresaban personas que no tuvieran boletas.
Asimismo, Nelson Suárez, vigilante del Alfonso López en esa época, asegura que los espectadores entraron a las tribunas del estadio eufóricas y con botellas de licor, esperando el encuentro que decidiría si su equipo del alma lograría disputar el siguiente fin de semana la final del futbol profesional colombiano y por fin alcanzar la tan anhelada estrella, que en torneos anteriores se les había arrebatado de las manos.
Comienzo del partido
El encuentro inició tranquilo con los dos equipos precavidos de no cometer ninguna equivocación que les costara el primer gol del juego. Además, Edgar Delgado, utilero del equipo leopardo en ese momento, manifiesta que 'El profe Janiot' les decía a sus jugadores que no hicieran faltas al borde del área, debido a que el Junior tenía muy buenos pateadores de tiro libre que les podía generar peligro en la portería.
Sin embargo, minutos antes de terminar el primer tiempo, la historia para el local empezó a redactarse mal, un desborde por la banda generó la anotación del delantero del Junior, Miguel Tutino, que silenciaba al estadio Alfonso López y ponía en aprietos al equipo santandereano, que hasta ese momento estaba ejerciendo un buen control de pelota, pero sin ninguna aproximación al arco rival.
A raíz de ese gol, el argentino Miguel Gonzales, jugador que en ese momento estaba en la banca de suplentes del Atlético Bucaramanga, observó como el nerviosismo se apoderó de la tribuna leoparda, que empezaba a descontrolarse y generaba el presentimiento de que, si no empataban en la segunda mitad, los hinchas entrarían al campo de juego buscando la manera de linchar a los jugadores de los dos equipos.
Euforia Auriverde e inicio del caos
Al inicio del segundo tiempo del partido, el equipo santandereano ingresó dinámico y al transcurrir el primer cuarto de juego, el argentino Edgardo Peruzzo realizó un remate potente a la portería que batió al guardameta costeño y dejó el marcador neutral, resultado que favorecía a los locales quienes ya se veían disputando la final, y con la afición entusiasmada, gritando de júbilo por el buen desempeño que estaban teniendo sus 'leopardos'.
Sin embargo, la alegría le iba a durar poco al club santandereano, que al llegar el minuto 60 recibió el segundo gol por parte del equipo visitante, ocasionando mayor furor en la hinchada leoparda que, hasta ese punto, estaban a punto de estallar debido a las múltiples fallas arbitrales del juez Eduardo Peña y las fuertes entradas que realizaban los jugadores barranquilleros.
Fue entonces cuando los ánimos de la hinchada santandereana ya estaban al máximo, que el delantero auriverde, Sergio Saturno, fue derribado en el área, ocasionando que la multitud comenzara a saltar de emoción pensando que el árbitro central había señalado penalti. No obstante, el juez peña ignoró la falta y pitó en su lugar un saque de puerta a favor del equipo barranquillero y, en consecuencia a esta acción, la afición leoparda estalló.
Como lo recuerda el señor Manuel esta no fue la única jugada polémica del partido, pero sí “la gota que rebosó la copa”. Tiene presente que el cuerpo técnico local, encabezado por el entrenador Janiot, entró al césped gritando y acusando al árbitro Peña de vendido, ocasionando que los aficionados ubicados en la tribuna oriental derribaran las mallas con el propósito de ingresar al terreno de futbol y linchar a la terna arbitral.
Una masacre inimaginable
En palabras del señor Manuel, “la afición leoparda se metió al terreno de juego con el fin de buscar al árbitro Eduardo Peña por no pitar el penal para que su equipo clasificara a la final”. En consecuencia, afirma que el colegiado, aterrado al ver la multitud en su contra y velando por su seguridad, decidió dirigirse al camerino para resguardarse del peligro que se le avecinaba. Esto mismo hicieron los planteles de los dos equipos quienes se dieron cuenta que el partido no iba terminar bien.
Seguido a esto, cuenta Miguel Gonzales, cuando los jugadores leopardos estaban en su camerino discutiendo con Peña por sus malas decisiones arbitrales, empezaron a escuchar disparos que provenían del exterior, ocasionando un sinfín de sensaciones de angustia y preocupación por sus familiares, quienes habían estado en la tribuna durante todo el transcurso del partido.
Si en el camerino estaban aterrorizados, afuera la historia era más trágica. La policía al sentirse indefensa ante la multitud de hinchas furiosos recibió ayuda del Ejército, quienes entraron al estadio con fusiles listos para contener la revuelta,disparando a quema ropa a todas las personas sin importar que estuvieran indefensas. Fue entonces, cuenta el señor Manuel, que corrió angustiado junto a su familia por las graderías de la tribuna occidental buscando la manera de encontrar una salida para salvaguardar sus vidas.
Las secuelas de ese terrible día
Para los que presenciaron y sobrevivieron esa trágica tarde de futbol colombiano, la cifra oficial de muertos que anunciaron los medios de comunicación de la época: 4 fallecidos y 30 heridos, no es acorde a la cantidad de personas que ellos vieron perecer en ese día. En palabras de múltiples jugadores del Atlético Bucaramanga, quienes fueron los últimos en salir del estadio, escoltados por el Ejército: "Todo el campo de juego era un cementerio y en las puertas del estadio había muchas bolsas plásticas ensangrentadas”.
Por último, se podría decir que el sobrecupo de hinchas en las tribunas junto al consumo excesivo de alcohol, sumado al controvertido arbitraje y el monumental abuso de la fuerza pública, generaron la mayor tragedia que ha sucedido en un estadio de fútbol nacional, que hasta el momento no se sabe la cantidad real de personas que fallecieron, y se convierte en otra masacre que las autoridades colombianas no han podido esclarecer.