Cuando Zharick Yuliana Montoya Camacho marcó el gol que empató para el Deportivo Cali la semifinal contra Atlético Nacional en la Liga Femenina BetPlay 2025, no solo celebró con una “N” en sus manos, celebró una historia que comenzó en Las Montoyas, un centro poblado del municipio de Puerto Parra, Santander, donde era la única mujer que entrenaba entre hombres.
Tras más de diez años de disciplina y constancia, esa experiencia la convirtió en jugadora profesional. Hoy, ese mismo esfuerzo y su destacado trabajo la tienen levantando la copa con el Deportivo Cali a sus 23 años, defendiendo sus sueños y el lugar que se ha ganado en el fútbol femenino colombiano.
Zharick nació en Barrancabermeja, pero fue en Las Montoyas, lugar donde su madre trabajaba como profesora, donde empezó a patear balones. Allí no había equipos femeninos, solo espacios pensados para los hombres, pero eso no la detuvo. “Después del colegio iba a practicar cuando podía”, recuerda. Su mamá no estaba convencida, pensaba que el fútbol era para los hombres, pero su tía Sandra creyó en ella desde el principio; y gracias a ese impulso, Zharick empezó a entrenar con pasión.
A los 12 años comenzó a viajar sola los fines de semana en tren para jugar en Barrancabermeja. A los 13, los intercolegiados la llevaron a competir en Cúcuta y Bogotá, donde fue campeona nacional. Fue entonces cuando el colegio El Pilar, de Bucaramanga, la invitó a estudiar y entrenar en la ciudad. Aunque al principio no quería dejar su pueblo, terminó aceptando. —Ahí empezó todo—, dice con nostalgia.
En Bucaramanga, Zharick se enfrentó a nuevos retos como el Metrolínea en hora pico, la exigencia académica, y el entrenamiento en el club Botín de Oro, dirigido por el profesor Expencer Uribe, hoy técnico del Real Santander Femenino. En el 2020, firmó su primer contrato profesional con ese equipo. Su debut con el Real Santander fue de película: fue parte del once titular contra Atlético Nacional, nervios a flor de piel, y un gol decisivo en los últimos minutos. “Lo hice yo”, dice con orgullo; desde entonces el número 23 la acompaña como símbolo de ese primer paso.
Después de cuatro temporadas en el Real Santander, donde aprendió a madurar y a valorar la constancia, Montoya pasó por Llaneros en el 2024 y finalmente llegó al Deportivo Cali, equipo donde está actualmente. Allí, rodeada de jugadoras con experiencia mundialista, vivió una transformación. “Me volví muy centrada en la disciplina, empecé a amar el deporte y verlo como una profesión”, confiesa.
Zharick vive el fútbol con intensidad. Antes de cada partido, tiene rituales que no pueden faltar, como su ropa especial, lavarse el cabello apenas se levanta, y comer maní antes de salir a reconocer la cancha. “Si no hay maní mixto, no salgo”, confiesa entre risas. En la Copa Libertadores, al no recibir merienda en Argentina, decidió no salir a reconocer el campo.
Aunque se define como una persona reservada, Zharick encuentra apoyo en su entorno más cercano; su prima Johanna es como una hermana, con quien se desahoga y comparte sus emociones. También tiene una relación especial con su tía Sandra, quien desde el inicio creyó en su talento. Con su madre, la relación es más silenciosa, —somos muy parecidas, muy calladas, no tan expresivas—, comenta.
Nunca pensó en abandonar el fútbol, pero siempre tuvo presente el consejo de su madre, de estudiar una carrera. “El fútbol no es para toda la vida, hay lesiones, incertidumbre”, dice. Gracias a ese consejo, estudió Cultura Física en la Universidad Santo Tomás donde recibió apoyo para compaginar sus estudios con la competencia.
En Cali, sus días libres los pasa con una amiga del equipo o con un amigo del gimnasio que las patrocina; a veces ven películas, otras simplemente conversan. Cuando no hay entrenamiento, a Zharick el día se le hace eterno, se siente aburrida, deprimida, entonces se va al gimnasio y se le pasa el día.
En la semifinal contra Nacional, Montoya marcó en los dos partidos (ida y vuelta). El primero, de cabeza, fue especialmente emotivo. —Íbamos perdiendo 1-0 en casa, empatar la serie era vital— recuerda.Al celebrar formó una “N” con sus manos en homenaje a Naomi, la hija de su prima Johanna, con quien comparte vivencias cuando está de visita en Bucaramanga. La noche anterior al partido, Zharick le prometió marcar un gol, y lo cumplió.
Después de años de esfuerzo y disciplina, llegó el momento decisivo: la final de la Liga. La tensión previa a la final fue intensa. Zharick no pudo jugar el partido de ida por una expulsión en la semifinal. “Sentía esa presión, esa responsabilidad, no lo mostraba, pero estaba ahí”, confiesa.
La final terminó siendo un desahogo; después de la expulsión en la semifinal, Zharick cargaba con la presión de responder en el partido de vuelta. Y lo hizo. Volvió con fuerza, jugó con la confianza que la caracteriza y el Deportivo Cali se quedó con el título. Para ella, levantar la copa fue la manera más simple y a la vez más grande de confirmar que todo lo que había recorrido, los viajes en tren, los entrenamientos entre hombres, las dudas de su mamá habían valido la pena.
Zharick ha sido testigo de la evolución del fútbol femenino colombiano. “Cuando empecé, la liga duraba dos meses y medio. Muchas compañeras tuvieron que elegir entre el fútbol o un trabajo estable”, agrega. Hoy, aunque la liga ha crecido y se extiende hasta septiembre, aún hay desafíos; algunos equipos ofrecen contratos anuales, otros no, la estabilidad sigue siendo una meta por alcanzar.
Montoya sueña en grande; desde pequeña ha querido jugar en el Real Madrid, le gusta la historia del club. También desea salir del país, conocer otras culturas y enfrentar el reto de crecer como persona en tierras extranjeras. “Puede que en dos años lo logre”, comenta.
Zharick Montoya no solo juega al fútbol, juega por sus sueños, por su historia y por todas las mujeres que alguna vez fueron las únicas en una cancha llena de hombres. “Llevo la camiseta del Deportivo Cali con amor”, asegura. Aunque el futuro aún no está escrito, su presente ya es una inspiración, porque cada gol, cada viaje y cada ritual son parte de una historia que empezó lejos de casa y que hoy se escribe en los estadios del país.
A las niñas que sueñan con ser futbolistas, Zharick les deja un consejo: “Nunca se rindan. Todo en esta vida cuesta, pero con disciplina y sacrificio se puede lograr. Hay que atreverse a salir de la rutina y luchar por lo que uno ama”.




