A la cabina de radio ingresa Manuel con el computador en la mano. Abre una ventana de videollamada. Escribe desde el chat del celular y, segundos después, se proyectan dos cuadros: uno con su imagen y otro con la del escritor Andrés Salamanca.
—Hola Andrés, le pido autorización para comenzar a grabar.
—Hola Manuel, por supuesto, no hay problema
*Recording in progress*
—Me gustaría iniciar preguntando por usted, ¿quién es Andrés Salamanca?, ¿a qué se dedica?
—Bueno, yo venía del ejercicio del litigio, tuve un periplo bastante amplio en ese tema, pero hace dos años, después de mi maestría en Filosofía en la Universidad Nacional, me dediqué exclusivamente a escribir. La labor del escritor es leer mucho y estar husmeando en las ideas para ver cómo traspasarlas a palabras. Soy una persona que está pensando en cómo traspasar experiencias a palabras. Algo bastante ñoño.
—¿Cómo llegó a la escritura?, o mejor, ¿cómo llegó la escritura a usted?
—Como mucha gente comencé escribiendo poesía en la adolescencia, porque quizá es el género con el que en ese momento de la vida uno tiene mayor afinidad, y resulta que es el género más complicado y el que me genera mayor respeto y admiración. Luego tuve un bache de escritura, casi en buena parte de la carrera. Nunca dejé de leer, pero sí dejé de escribir, porque lo que escribía no me satisfacía. Cuando quise volver a la prosa me sentía desilusionado. Entonces sí tuve como cuatro años en lo que nada, escribía ensayos para la Universidad y cosas de mi trabajo, pero así, en forma, no. Creo que estuvo bien, creo que me faltaba madurar y, pues ahora, di el paso a la prosa y es una prosa más ensayista. Nunca pensé temas sobre argumentos, con suspenso, tramas, eso para mí es ajeno, y este relato que publiqué fue una suerte porque la vida me regaló el argumento, no soy persona de estar pensando el argumento, me gusta más como pensar las ideas.
—Ahora que menciona el relato que escribió, ¿por qué un personaje como Proust en ‘Un reflejo de Swann’? ¿Piensa como él, debatiendo si de verdad es un novelista o ensayista?
—Yo quería jugar con referentes de la obra de Proust. Swann es uno de sus personajes más entrañables, y me atrae de él que es un personaje que sabe mucho de arte, sabe mucho de la historia del arte y eso es muy francés. O sea, de finales del siglo XIX, todos estos literatos decadentes, la figura del artista decadente, era una figura que siempre se preocupó mucho por la historia de la pintura, sí, Baudelaire y todo ese combo, Proust está en esa tradición, entonces ese juego, ese trato estético de Swann siempre me atrajo mucho.
Andrés hace una pausa, una señora pasa detrás, a la habitación contigua a la biblioteca desde donde se ha conectado.
—¿Para qué el relato que escribió? ¿Cuál es la importancia del argumento del relato?
—Ese es un punto bien interesante, yo aspiro más como escritor, es como a… como a un culto de la forma, un poco, creo que eso es lo que más me atrae de la labor de escribir, y en la primera parte del relato se me sintió un dejo muy retórico, y eso es porque, a veces, por esculpir la prosa te queda un poco acartonada, y al final creo que logré quitar ese lenguaje aparatoso, pero a mí lo que más me gusta de escribir es como pulir algo, como cincelar algo; y si eso está, cómo llegue no me preocupa mucho, si llega a través de un ensayo o a través de un argumento. Algunos lectores me han dicho que les dan ganas de saber qué pasa al final, y eso me parece divertido, porque la gente sí quiere llegar al final, y yo no pensé mucho en eso. Creo que fue algo que salió ahí.
—Es interesante lo que dice, porque la obra, la forma de la obra en sí, es lo que hace al artista, y creo que el artista siempre trata de comunicar un mensaje, y si bien es un código, somos lecturas de miles de mensajes, siendo así, ¿cuál es el tuyo?
—-Creo que el mensaje que siempre quiero transmitir es de la belleza, creo que es el mensaje consciente, porque inconscientemente me di cuenta de muchas cosas, por ejemplo, hay un contexto de duelo, que constituye el personaje y no es casual, porque el duelo te sitúa en una posición de añoranza, de estar en la espera de algo que está en otra parte, que lo estás percibiendo todo el tiempo en recuerdo, en añoranza, pero no está, tiene una ambigüedad ahí, y de eso solo fui consciente al terminarlo. No es un libro moral, no hay mensaje moralista, yo creo que el mensaje es la belleza, una búsqueda de la belleza para justificar esto.
—¿Pero la belleza en qué forma o la ‘forma’ es la ‘belleza’?
—En eso sí soy bastante promiscuo… yo creo que todas las formas de lo bello, porque en el relato hay un ansia, primero, de la belleza artística, de la música, de la belleza que puede haber en la música, de cierta visión de los objetos, de los colores, puede ser, como cierta apreciación del entorno, que eso puede ser algo muy trivial. La decoración, la comodidad burguesa, puede ser eso, algo muy vacuo, pero bueno, hay muchas formas, y los estilos arquitectónicos van evolucionando, pero entonces trato de perseguir muchas formas de lo bello, no solo en la alta cultura, porque sí me interesa mucho la alta cultura europea…
—Hay una geoespacialización suya en Colombia, que, si bien es una exaltación a Francia poniendo el personaje de Proust (Swann), lo sitúa aquí viviendo el contexto colombiano, ¿por qué?
—Ese es un tema que me apasiona, sobre todo ahora con esto de lo de-colonial, y me parece muy válida, es súper necesario tener un conocimiento anclado a la realidad inmediata, pero a un nivel más amplio como lo latinoamericano. Nosotros ya somos una mixtura muy fuerte, inclusive en los grupos, por ejemplo, afros o indígenas, ya hay mezclas y sincretismos que ya son muy difícil de zafar. Nosotros somos latinoamericanos, pero tampoco podemos desligarnos de una historia occidental, que claro que hay que revisarla y criticarla, que claro que hay un conocimiento hegemónico que hay que ponerlo en entredicho, pero siento que hay una búsqueda de identidad, y trato de buscarlo en ambas partes, la busco acá, sin desconocer que hay una tradición eurocéntrica…
—Es que es cierto, es un hecho concreto que hay una exaltación a Europa porque somos occidentales, y esa exaltación, la misma academia la fomenta porque, ¿a quiénes estudiamos?, ¿a quiénes estamos estudiando en los colegios? Y lo de aquí, de lo que hay aquí, se desconoce, es una condición contextual, y esa condición contextual da pie para escribir miles de narrativas, pero, ¿la narrativa para qué? ¿para qué escribimos en este contexto?
—Yo creo que la narrativa tiene muchas funciones, una de las principales es la de entretener y creo que eso no se puede olvidar. La literatura es para entretener y uno escribe para entretenerse (comenta tocándose la frente), esa es una finalidad. Podrá ser más o menos digna. A un nivel más profundo creo que sí hay una necesidad de comunicar, que la persona que escribe sí es porque tiene algo adentro que necesita enfrentar a partir de la escritura, que la escritura sí es un instrumento que le ayuda a uno para aclarar muchas cosas en el mundo y a situarse mucho.
—Quisiera entrar a dialogar sobre otro tema fundamental, y es el romance que expresa, porque ahorita hablaba de lo bello, pero desde lo romantizado, que, incluso, la propia tristeza se convierte en algo para seguir, ¿por qué esa romantización?
—Quizá eso sea algo muy “old fashion” (y se echa a reír).
-Vieja escuela, dice…
—Mira que eso tiene que ver con el personaje que hay detrás. El narrador es un tipo neurótico, justamente por eso mismo es tan explicativo, también porque necesita causas para llenarse un poco la zozobra de la espera, necesita estar metiendo cosas, porque el tema de la esperanza, en últimas, es el tema de la fe, de esperar que algo pase, y que eso que pase esté pleno de sentido. Hay una transposición desde los fenómenos religiosos de la devoción, a las relaciones de pareja, y es eso de esperar que con el otro va a llegar una completud, como una fuerza, algo que va a llenar ese exceso. Es toda una sabiduría ética: qué me excede a mí, qué está por fuera de control, qué deseo, si lo que deseo me va a hacer daño, o si me es correspondido. Me gusta mucho el estar lanzado a una esperanza, es algo muy azaroso, muy ludópata, de apostar, porque es meterle algo, que puede no ser nada.
—De meterle muchas esperanzas a un sueño.
—Claro, hay una idealización que se cumple en el relato, en la narración se muestra que se es consciente de ello, es un juego.
—En eso de lo romántico está la voluntad, la voluntad para hacer las cosas, el personaje experimenta una voluntad de actuar, ¿es algo que está intrínseco, más que en el personaje, en el autor?
Sí, evidentemente hay una idealización, pero hay un deseo. En últimas, se desea la realidad, se desea algo concreto, se desea que eso pase, y creo que, en las etapas del conocimiento romántico, por decirlo de alguna manera, uno esperaría que viniera esa experiencia real así fuera para desengañarse. Creo, a nivel personal, y lo trato de escribir, en hacer posible que las cosas ocurran, así sean experiencias desengañadas, pero que pasen, por eso también un viaje, de estar abierto a que pase.
—Cuando escribo cuentos, tengo la iniciativa de que quien está narrando tenga voluntad y de cuestionar la voluntad. Un relato que escribí, ‘El Loco’, que es la historia de un muchacho que dice tener esquizofrenia, pero el narrador solo está viendo, lo está acompañando, no hay una voluntad de hacer algo con el personaje, de transformar, y es a eso a lo que me refiero, ¿esa voluntad de actuar para qué, conforme a qué?
-Ahí te recuerdo algo, el argumento me surgió de la nada, yo no lo pensé, mentiría si digo que me puse a pensar el argumento, porque no fue así, lo que sucedió fue como “quiero narrar esto, de esta manera, con estas escenas, y termina así”. Lo que pasa es que las voluntades siempre están al azar, de encontrarse y cómo encontrarse, en qué momento; lo que pasa en la vida real cuando dos personas se encuentran, entonces qué historias traen detrás, si en lo que van a decirse hay un azar que los compenetra, que hace que la cosa fluya
—¿O sea, crees en el destino?, ¿el destino es el azar, o qué?
—Sí, total, total.
—Quisiera en esta pequeña conclusión, agradecerle, primero, por esta entrevista, por los temas que están intrínsecos y que serán los lectores quienes sacarán las lecturas envueltas en la conversación, y segundo, pedirle el mensaje de cierre.
—Yo sí escribo para tener lectores, tener lectores es muy gratificante, y los escritores jóvenes siempre somos los más necesitados de lectores y quizá los que menos nos leen, entonces nada.
La videollamada finaliza y una ventana de notificación avisa que el contenido se está guardando, que en breve se abrirá una nueva pestaña. Son las 10:35 minutos de un jueves sin lluvia, y de una mañana con nubes.