Mamá solía despertarnos con un noticiero. Recuerdo que tenía un radio negro del tamaño de un ladrillo pequeño, y todos los días sintonizaba Radio Reloj; antes de que fueran las seis de la mañana, de lunes a viernes sonaba un aparte de Desapariciones, la canción que Rubén Blades dio a conocer en abril del 85. Era la década del noventa y en menos de cinco minutos, familiares y amigos pedían —suplicaban— por la suerte de sus seres queridos.
Era un reclamo que muchas veces no se sabía a quién estaba dirigido, pero los que suplicaban querían respuestas que les permitieran apaciguar el desasosiego que genera no saber de alguien, que les respondieran adónde van los desaparecidos.
Mamá sigue madrugando, y casi como un ritual enciende el radio desde las cinco de la mañana, pero ya no suena Desapariciones, a pesar de que, en Colombia, con tristeza y con falta de horror, hay un registro de 124.734 desaparecidos en el marco del conflicto armado, según el registro de la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD). En la cifra se cuentan casos ocurridos antes del primero de diciembre de 2016 y cuyo paradero aún es desconocido; sin embargo, después de esa fecha, el número de desaparecidos aumenta.
Hay falta de horror porque hoy, justamente, el ingeniero Andrés Camilo Peláez Yepes cumple 1.098 días desaparecido: tres años y cinco días; y su madre, Claudia Yepes Upegui, todos los días ha reclamado por su hijo, del que se supo por última vez el 4 de abril de 2022 en el municipio de San Andrés de Cuerquia, en Antioquia.
Doña Claudia sigue reclamándolo y buscándolo.
A Sergio Delgado Velandia también le pasó; perdió el rastro de su madre el 14 de junio de 2022. Rosalba Velandia Salazar salió de su casa en Piedecuesta, Santander, y su hijo no ha parado de reclamarla y sumar kilómetros recorriendo más de una docena de departamentos tratando de encontrar sus pasos.
La desaparición es el manto que se asentó en Colombia desde hace décadas —ya más del siglo— y del que no nos hemos logrado liberar y que solemos ignorar. Es una sombra ante la que algunos se anestesiaron; si no se mira a los ojos no nos duele. Por eso, el eco de aquellos que han reclamado a viva voz por los suyos debe seguirse prolongando.
El periodismo no debe olvidar, el periodismo debe traer los relatos de las familias que aún buscan, porque esas voces, insisto, deben seguir prolongando el eco. Hoy no solo hay prensa, radio y televisión, hay redes sociales y medios digitales donde los relatos deben ser permanentes. Hay un compromiso con la sociedad, hay uno más importante con la memoria y necesidad de no olvidar.
La UBPD, después del 2016, ha sigo rigurosa en su tarea. Y a la velocidad que lo permite este Estado, logra devolver la tranquilidad a algunos. La Unidad actualmente centra su esfuerzo en 10.872 lugares de interés forense para la búsqueda ante todo el país.
La tarea es colectiva, la búsqueda corresponde a todos. Todos deberíamos padecer la intranquilidad de no saber el paradero de 124.734 —más los que no fueron o han sido reportados como desaparecidos—. En esa memoria colectiva el periodismo debe atizar el fuego que impida que se pare la búsqueda.
Aunque mi vieja, antes de los noticieros, ya no escucha el llamado para que no olviden a los desaparecidos, procura conversar con Luz Mary, una de sus vecinas, le pregunta todos los días por la familia y especialmente por el hijo que cumplió años, creo que 18, hace un par de meses; los cumplió sin saberse dónde. Mamá me dijo que ya Luz Mary no volvió a charlar —bromear—, sonreír y menos mantener la mirada elevada y fija. Es una mujer que dice haber perdido todo hace cinco meses cuando su hijo salió a dar una vuelta para despejarse y aún no regresa.
Epílogo
El portal de la UBPD tiene un apartado dedicado a compartir algunas de las historias de hallazgos de desaparecidos. Algunas conmueven y a pesar de la tristeza y el horror, traen algo de tranquilidad por saber dónde está y estuvo su ser querido. Ya para la búsqueda en las aguas y los matorrales.