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Retos del periodismo en tiempos de la posverdad

Por: Alfredo Álvarez Orozco - Director Facultad de Comunicación Social - Periodismo. Universidad Pontificia Bolivariana, seccional Bucaramanga.
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Paradójicamente, en un momento histórico en el que casi cualquier ciudadano puede acceder en tiempo real a la información que se está produciendo y podría ser técnicamente capaz de crear y distribuir contenidos desde sus dispositivos móviles, fenómenos como la desinformación y las fake news están a la orden del día, como lo hemos visto de manera dramática en los últimos días en Colombia.

¿Qué puede hacer entonces la diferencia en la comunicación y el periodismo del siglo XXI? Además de los principios que siempre han hecho y deben hacer parte del periodismo como la ética, la contrastación de fuentes y un absoluto respeto por la lengua; sin lugar a dudas algo que se constituye en un valor agregado, hoy por hoy, es el seguimiento, el análisis y, de manera particular, la investigación.

En una realidad actual, en la que los periodistas se ven abocados a la generación permanente y mayor de información, con quizás mejores recursos tecnológicos pero menor disposición de tiempo y dinero para realizar su trabajo, cada vez es menos frecuente el desarrollo de un periodismo reposado, que apueste por el análisis y la investigación.

El recientemente fallecido periodista colombiano Javier Darío Restrepo, maestro de la ética periodística en América Latina, dijo hace casi tres décadas: “La prisa es uno de los enemigos del buen periodismo, tanto desde el punto de vista técnico, como ético. Por ver publicada o transmitida su nota, el periodista elude muchas veces aquellos pasos (como confrontar fuentes, buscar antecedentes y consecuencias) que garantizan un adecuado ejercicio profesional”. Este planteamiento de Restrepo está hoy más vigente que nunca.

A diario nos enfrentamos, ciudadanos y periodistas, a flujos inmensos de información, lamentablemente no siempre confirmada y mucha de ella, de fuentes inciertas. La tentación frente a la publicación rápida desde nuestros medios; o en un ciudadano del común, a simplemente pulsar la opción “compartir”, están a la orden del día.

En tiempos tan convulsionados como los que estamos viviendo en estos momentos en el mundo, convulsión de la que ya no es ajena Colombia, como lo hemos vivido recientemente, el papel del periodismo resulta fundamental. Para bien o incluso, y lamentablemente, a veces para mal.

Cuando simplemente somos replicadores de la propaganda y no nos detenemos a analizar los intereses que mueven a un mensaje. Cuando seguimos, muchas veces ingenuamente (otras intencionalmente) el perverso juego de la manipulación o cuando decidimos encauzar nuestra agenda y nuestra narrativa en función de intereses políticos y/o económicos: Allí abandonamos nuestro papel al lado de los ciudadanos.

Pero cuando denunciamos, contrastamos, ofrecemos análisis y damos voz a las comunidades, el periodismo reivindica el carácter de servicio social que jamás debe perder, independientemente de que seamos empresas de comunicación.

Curiosamente, en este contexto actual de ampliación de los canales de información y de expansión de las redes sociales, la sociedad a veces parece estar más desinformada. Surge allí otro gran desafío para el periodismo: Hoy no se trata solamente de ofrecer flujos casi industriales de información, sino también de orientar a las audiencias a consumirla críticamente. De enseñarles a discernir lo que están recibiendo a través de los medios y a comprender la relevancia de las fuentes que consultan y, especialmente, a entender su responsabilidad al distribuir esta información. Sí, la responsabilidad de la distribución de la información dejó de pertenecerle exclusivamente a los medios y hoy en día les pertenece, incluso más, a los ciudadanos.

A propósito de esto el congresista y académico norteamericano Rohit Khanna, dijo el año pasado en la Universidad de Chicago: “Necesitamos personas que piensen. Necesitamos personas que escuchen. Necesitamos personas que hayan estudiado suficiente historia como para no creerse los eslóganes fáciles ni las promesas simples”.

Para cerrar esta reflexión, es necesario retomar algunos de los planteamientos de la filósofa norteamericana Martha Nussbaum en su último libro “La monarquía del miedo. Una mirada filosófica a la crisis política actual”:

“Las redes sociales e internet han hecho que sea más fácil la circulación de noticias falsas y la formación de fenómenos cascada. Cuando una noticia ‘se viraliza’ es fácil que las emociones se descontrolen de un modo que difiere del efecto que suelen tener las noticias de la prensa escrita o, incluso, de la televisión.¿Cuál es el antídoto contra las cascadas informativas perniciosas? La relación correcta de los hechos, el debate público informado y, sobre todo, un espíritu de disconformidad e independencia entre la ciudadanía”, cierra Nussbaum.

Finalmente, conviene recordar la metáfora que el periodista español Ignacio Ramonet ofreció en su libro de 2011 “La explosión del periodismo”: “Antes los barcos transportaban gente entre los continentes, pero luego surgieron los aviones que lo hicieron de una forma más rápida y práctica. Lejos de desaparecer, los barcos comenzaron a transportar aquello que no podía ser trasladado en avión, como maquinaria o mercancía pesada y de grandes volúmenes”.

La comunicación y el periodismo, así como hicieron los barcos con los aviones, pueden coexistir en medio de tantas transformaciones, desafíos, tribulaciones y, si se quiere, mutaciones, porque tienen un servicio valioso que ofrecer a los ciudadanos.

La invitación es a que esta premisa de una práctica del periodismo al servicio de los ciudadanos, y con un ejercicio riguroso, ético y crítico de seguimiento, análisis e investigación, sea la que oriente siempre nuestro trabajo. Hoy, más que nunca, necesitamos defender la verdad en nuestra sociedad.


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